Ciudad de Berlín, Capital del Gran Imperio Alemán
Año 3029
1ro de Agosto. Día de la Gran Final
4:47 A.M.
16:13 Horas para el inicio
—Es que no
lo entiendo. Nada de esto tiene sentido. La realidad se volvió un chiste.
Criaturas extrañas entre nosotros. Entreteniéndonos. ... A lo que voy es ¿cómo
mierda consiguieron un Dinosaurio? ¿Es que la tierra se volvió loca? Primero
los temblores, las erupciones de bruma y magma, ¿y ahora esto?
Fedor lucía
extremadamente nervioso. Su rostro somnoliento estaba cubierto en sudor. Se
tomó del pelo con las manos. —No pu... no puedo seguir más con esto. No... no
sé qué hacer. Tengo que cortar. Ya no puedo hablar—. Se acomodó para dormir y
apagó el confesionario.
Con este
creo que terminamos, pensó Klint. Se estiró un momento en su silla, y ahogó un
bostezo. Otro día más en el trabajo. Monitorear confesiones podía ser muy
divertido el primer mes, pero con el tiempo se volvía un trabajo aburrido,
incluso desagradable. Las personas podían llegar a ser bastante asquerosas y
delirantes.
Su pequeña
oficina tenía un clima viciado. Casi se podría decir que apestaba, o tanto como
podían apestar aquellos recintos súper regulados. Nada se salía de la raya en
esa ciudad. Varias pantallas con información flotaban con un mínimo
desplazamiento, suspendidas a ambos lados, esquivándose. En ellas se veían
anuncios, videos, imágenes, listas, gráficos. Pero Klint no las miraba. Apartó
con un gesto de la mano las pantallas con tareas de trabajo y publicidades y
maximizó un rectángulo del tamaño de toda la pared utilizando su dedo índice y
pulgar en forma expansiva, juntando los dedos y luego separándolos según el
tamaño deseado. En la pantalla apareció un idiotizante juego virtual. Le
ayudaba a descontracturar la mente.
Un
Dinosaurio enorme y grotesco irrumpió con histeria en la pantalla, lanzando un
sonoro rugido. Su impresionante mandíbula se abría y cerraba con rabia, salpicando
saliva en tres dimensiones a todos los costados. Luego comenzó a avanzar por
una plataforma dando grandes zancadas mientras iba arrancando cabezas de
distintos personajes que le salían del piso o del cielo liberando torrentes de
sangre y vísceras al son de un veloz riff distorsionado. Se jugaba pulsando un
solo botón.
El sistema
lo estaba promoviendo para promocionar el último participante del Torneo: un
espeluznante Dinosaurio mesozoico encontrado en la Patagonia Argentina, del
doble del tamaño de los registrados en la antigüedad, de colores más vividos,
que entendía el lenguaje humano y disfrutaba de la música Hard Rock y Shuffle.
Hasta daban puntos por jugarlo, si se llegaba hasta el nivel doce sin perder
vidas. De lujo.
Del otro
lado de su pared, cientos de otras oficinas alojaban a otros operarios, que
monitoreaban distintas confesiones y grabaciones de los ciudadanos del Gran
Imperio Alemán, brindando asesoría y apoyo psicológico, y secretamente
reportando toda la actividad de los sujetos en la gigantesca base de datos. No
es que fuese un trabajo fundamental, porque las computadoras y softwares se
encargaban de la mayoría de los temas sensibles, pero era una ventana al
corazón latiente de esa ciudad habitada por máquinas y sistemas inteligentes. Ah,
y humanos, también había algunos humanos.
El Sistema
de Gobierno Objetivo Computarizado (SiGOC) se encargaba de la toma de
decisiones, tanto administrativas, políticas, económicas y sociales, así como
de lograr un equilibrio que permitía un estilo de vida tranquilo para las
ovejas, y grandes oportunidades de negocios para los lobos.
Pero a él no
le correspondía pensar en esas cosas. Él era un simple trabajador, solo quería
hacer buena letra y que le dejaran tranquilo. Él solo quería seguir machacando
cosas en el jueguito del Dinosaurio. Nivel Seis. Flawless. Bring it on bitch.
Disfrutaba
del ocio, de dormir hasta despertarse aturdido, de mirar al vacío sin ningún
pensamiento que atravesase aquel valle desierto. El sistema tenía una amplia
oferta de actividades, aunque le daba pereza moverse. El trabajo era opcional,
pero tenía sus ventajas. Monitorear confesiones era una de esas tareas que
alguien de clase baja podía desarrollar si deseaba un ascenso lento pero seguro
hacia las comodidades de la inmensa infraestructura de la ciudad; solo tenía
que hacer buena letra, obedecer las instrucciones y dejar todo asentado en los
registros de la base de datos.
Sin embargo
no era todo color de rosas. La vida entre las máquinas y las cámaras tampoco
era el sueño del pibe. Los monitoreos eran una de las funciones con menos
recompensa de puntos, las que le daban a los novatos, a los hijos de bajo
estrato o a los extranjeros. Y lo peor de todo era que no podía hablar de lo
que veía con nadie: si lo hacía, ellos lo sabrían, y la pérdida de puntos sería
devastadora. Sólo podía contárselo a alguien: a la confesión programada que
tenía en su pantalla al final del día, que algún otro infeliz supervisará
rutinariamente. Qué ironía. Mejor seguir con este sujeto, pensó Klint. Tenía
que terminar el reporte y pasar al siguiente caso para cumplir con la cuota.
Aparte no
estaría nada mal ganar algunos puntitos extra. No es que se hiciera ilusiones
con ir al Torneo, sabía que alguien como él no tenía chances, pero a lo mejor
podía sacar un pollo frito con cerveza para verlo en la pantalla de casa. Eso
sería genial.
Pausó el
juego y lo minimizó. Antes de seguir, abrió una pantalla para ver la ciudad.
Tanto encierro a veces generaba un tipo de claustrofobia con trastorno
disociativo. Era uno de los nuevos consejos que empezó a llegar en los
boletines. Técnicas para los empleados que pasaban largas horas en pequeños
cubículos ubicados en lo más profundo de las entrañas de esas redes de
edificios interminables. Algunos estaban ubicados kilómetros debajo del nivel
del suelo; otros se encontraban tan metidos en laberintos de acero, pasillos y
luces, que se sentía como estar fuera del planeta tierra.
El consejo
aplicaba para el ochenta por ciento de la población del Imperio. Tener una
oficina con ventana era realmente extraño, un privilegio para los más
acomodados. Las pantallas permitían a las clases más bajas sintonizar distintas
cámaras a lo largo de la ciudad, y observar unos minutos las vistas. Probó la
cámara situada en el Edificio Monarca. Tenía una de las mejores panorámicas. La
noche aún estaba cerrada. Con un movimiento del dedo índice giró en trescientos
sesenta. Se veía el Estadio, montado en las colinas New Gate. Impresionante
obra de arquitectura. A lo lejos, hacia el Norte se veían algunas luces de
naves en el horizonte que da a la Aduana 3. El resto del cielo estaba
completamente despejado, lo cual transmitía una extraña sensación de paz.
Eso de
trabajar de noche no estaba mal. El ritmo era el mismo, eso lo habían dejado
bien claro desde el primer día. Las cámaras veían todo. Los reportes de
productividad eran más que claros. Y las computadoras registraban todas las
operaciones que hacían (y las que no). Nada se les escapaba.
Sin embargo,
había una tranquilidad especial. Caminar los pasillos a oscuras, con el seteo
nocturno para el ahorro energético, donde solo unas pequeñas luces celestes en
los vértices de cada pasillo iluminan la estructura, era un pequeño placer. Se
sentía como en uno de esos juegos vintage. Era como estar caminando en el aire.
Saltar,
subir, bajar, pasillo secreto, doble salto, arriba a la derecha está el
propulsor, abrir el mapa, dos niveles más abajo está el espiral que lleva a la
torre, de nuevo el pasillo, doble velocidad, freno, doblo a la izquierda. El
horizonte mostraba un mundo de fantasía, en siete colores y con una musiquita
enajenante.
Otra vez su
mente alterando las cosas. Klint se despabiló y miró la hora. Estaba por
terminar su turno. Se obligó a dejar de divagar y se dispuso a completar el
informe:
“El sujeto
presenta un nivel de ansiedad elevado. Le costaba dominar las emociones a horas
del Torneo. Se mostraba nervioso, lleno de preguntas, preocupado por el
resultado final. Mostraba deseos de ir al estadio cueste lo que cueste para ver
con sus propios ojos al Dinosaurio y el resto de los increíbles participantes.
Siente
desconfianza hacia la tierra, principalmente por las secuelas de la Gran Grieta
y los ríos de magma.
Duda de la
realidad y tiene incertidumbre acerca del origen de las criaturas que
participan en el Torneo.”
Le dio
‘ingresar’ al caso, y vio como los gráficos empezaban a correr al costado
derecho de la pantalla, y las líneas de código volaban verdes de un lado a
otro.
Hoy era el
día. La espera llegaba a su fin. La ansiedad, a su punto más alto.
Por un
minuto, su mente se escapó arriba de un Dragón, sintió el vértigo en la boca
del estómago, el viento en la cara y el pelo, la adrenalina embriagándolo y las
manos agarrándose fuerte a los cuernos de la columna vertebral. Casi pudo
sentir el fuego, gestándose como un tornado en el interior de la bestia, antes
de salir en forma de llamarada por la boca.
Que
espectáculo. Ya soñaba con las ediciones limitadas de los sueños de realidad aumentada
con los personajes del Torneo y alguno de los enfrentamientos épicos. Todo tipo
de productos virtuales a tan solo unos puntos de distancia. Quería saborear la
sensación de tener la fuerza de una Bestia brutal, capaz de comprimir edificios
enteros con sus enormes brazos, o volar por los cielos como un Superhéroe.
Pero si
quería acceder a ese tipo de productos, debía entrar en las categorías que el
sistema consideraba aptas. Y eso significaba acatar las reglas y sumar puntos.
Se dedicó a completar las conclusiones de los informes que le faltaban.
Terminó
justo a tiempo. El supervisor acababa mandar el slide para cargar los
resultados de los casos de ese turno. Gunter, un verdadero idiota. Pero no
debía decirlo, él podría detectarlo. Le pasó el reporte con los casos efectivos
y siguió con los que faltaban. Unos puntitos más y el pollo frito sería suyo.
Que gran noche le esperaba.
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