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miércoles, 19 de diciembre de 2018

Celda 1. T-Magnus



Celda Uno: T-Magnus


Ciudad de Berlín, Capital del Gran Imperio Alemán
Año 3029
1ro de Agosto. Día de la Gran Final
19:53 P.M.
1:07 Horas para el inicio

—Aquí Schwartz, reportando. Recibí la confirmación de Lawrence, ya atraparon a los intrusos. Créanlo o no, eran dos chiquillos extranjeros. Quien sabe cómo hicieron para llegar allí. Ya fueron enviados a detención, y Lawrence me aseguró que les darán una buena paliza. Malditos estúpidos. Lo último que necesitábamos era una falla en la seguridad a minutos del Torneo. Ahora dirigiéndome a dar el último OK de la Celda Uno.
Corté la comunicación a través de la pantalla de comandos del casco. Mi equipo y yo caminábamos por uno de los pasillos que surcaban los subsuelos del estadio, a menos de mil metros debajo del nivel de la superficie. Los túneles estaban iluminados parcamente, al estilo de las bases militares, y nuestros pasos resonaban y se mezclaban con el murmullo de las otras actividades previas al Torneo.
Iba siguiendo el camino a través del mapa GPS de la visión interna del casco. De lo contrario, hubiese sido imposible ubicarse en aquella extensa red.
El pasillo circular continuó unos ciento cincuenta metros y salió a una sala grande y pálida, iluminada con luz artificial, de unos seiscientos metros de altura. Diversos equipamientos militares se alineaban en los costados: enormes robots antropomorfos de doscientos metros de altura, patrulleros de cabina simple, doble y de carga, y hasta los nuevos prototipos voladores venidos de China.
En medio de la gran sala, dos grandes rieles mostraban al Schunter: el tren más grande jamás construido. La locomotora parecía un edificio volcado, imponente e implacable. Tenía un tamaño suficiente como para mover una estación espacial… o un dinosaurio furioso.
El tren era una de las formas principales de ingreso y egreso de materiales al núcleo duro de la ciudad. En la actualidad ya no era muy utilizado, pero en los días del Torneo había visto bastante acción. Tal vez demasiada.
El gran hall permitía ver el grosor de las paredes que formaban la estructura. Gruesísimas columnas de hierro reforzado enmarcaban los pasillos y los distintos niveles. Dos filas de carbino comprimido estaban seguidas por varias capas de carburo de silicio en ladrillos encastrados en diagonal. El toque final lo daba una capa exterior de diamante fundido. El resto del estadio estaba construido con la misma metodología. Era directamente impenetrable. Imperecedero. El mundo y la humanidad se extinguirían antes de ver aquella estructura caer.
Seguimos camino bordeando el gran hall y luego derecho, hacia la primera punta de la estrella: la Celda Uno.
En cada cruce de pasillos había dos soldados armados. Igual que nosotros, iban con el traje hermético para emergencias nivel tres. Era completamente cerrado, con un casco en punta en la parte frontal, negro y reluciente, con dos secciones aerodinámicas detrás de cada oreja, con pequeñas turbinas; un traje térmico de cilicio pegado al cuerpo, y distintas armaduras se encastraban en hombreras, brazos, codos, antebrazos. Cada extremidad tenía su protección a medida, para no perder flexibilidad. Las coderas y la base de los pies también contaban con propulsores para efectuar grandes saltos o aumentar velocidad si la situación lo requería.
En cuanto al armamento, les habían dado las nuevas armas con catalizador magnético y balas de titanio, capaces de atravesar todo tipo de trajes y materiales de construcción simples. Los rifles incluían unos pequeños bebes, los A5, misiles dirigidos de corto alcance, pero con un poder de destrucción de 6K. Hermosos. Me muero por usarlos, pero por dios, que no sea hoy.
Cada diez pasos, un set de puertas automáticas se abría y luego se cerraba tras de nosotros. Me obligué a desechar la sensación de encierro irreversible que me acechaba. Nos acercábamos a una de las siete zonas restringidas. Solo IDs específicamente aprobados para tareas de la Gran Final lograban abrir aquellas puertas.
El camino estaba guiado por señalizaciones en las paredes, que iban indicando el código de seguridad de cada participante. Estaban separados en siete esquinas, conectados por pasillos reforzados dispuestos de manera tal que visto desde arriba parecía el dibujo de una estrella de siete puntas.
El croquis subterráneo del Estadio estaba lleno de corredores que se interconectaban. Un hormiguero no tendría menos conexiones y canales que aquella estructura, pero no eran de libre circulación: estaban llenos de pases de seguridad.
Todos los participantes estaban recluidos con el máximo secreto, en un estado de aislamiento total.
A medida que yo y mi partida nos acercábamos a la Celda Uno, un murmullo crecía. Lo que en principio parecía un estruendo creciente, resultó ser música. Una distorsión con el overdrive saturado trepaba por las paredes, el suelo y el techo, mientras unos gritos rotos acompañaban a los mecánicos riffs y la percusión frenética.
Cada finalista había sido intransigente en una serie de condiciones. Ridículas algunas. Peligrosas todas. Como encargados de la seguridad, los guardias venimos teniendo una temporada dura. No fue fácil acondicionar las celdas y dominar a aquellas bestias, aun con toda la tecnología de avanzada del ejército. Uno creería que un robot gigante, con brazos fuertes como para mover una tonelada de roca sólida, no tendría problemas contra un dinosaurio. Dios, que equivocados estaban.
Llegamos a la sección de monitoreo exterior. La Celda estaba en una oscuridad total, pero el ruido era atronador; la música no paraba.
Dos ojos amarillos se abrieron de pronto en la negrura. Hubo un súbito movimiento, y la oscuridad misma pareció agitarse.
La música de rock seguía sonando a todo volumen.
Allí estaba él: el magnífico T-Magnus. The King of Kings. El grande entre los grandes. El coloso dinosaurio era de una complexión similar al Tiranosaurio Rex, pero inmensamente más grande, con una cornamenta majestuosa y con unas escamas pintadas de unos colores fluorescentes asombrosos, generando un mosaico reluciente.
Ah, y puede hablar. No sé porque ese detalle siempre se me olvida.
Aquella bestia había probado que era de una naturaleza distinta, de un orden desconocido, inexplorado, y la Administración había demostrado la poca adaptación que tienen a las cosas que les son ajenas.
Aun recordaba el incidente, en que esta bestia escapó, luego de que la trajeran, hace cuarenta y cuatro días. Había sido una de las últimas incorporaciones. Los Productores habían luchado mucho por conseguirla. Y vaya que habían pagado el precio.
En su intento por darle aún más status épico al Torneo, fueron demasiado lejos. Y hay ciertas criaturas no están hechas para ser encerradas.
Toda aquella operación de ingreso fue un desastre. Obviamente, el hecho no trascendió a la sociedad civil, pero las bajas de operarios y soldados superaron los miles. Había sido como un tornado encerrado en una pequeña habitación. Un tornado con dientes capaces de partir un robot gigante en dos. Imagínense la graciosa resistencia que le hacían los trajes de kevlar del personal de seguridad.
Desde el panel de control, donde estamos ahora, hay pantallas para monitorear el movimiento y generar otros tipos de estímulos y vigilancias. Veo la rapidez con que se mueve, a pesar de su monstruoso tamaño. Debe medir al menos treinta y cinco metros de altura, y unos ochenta y cinco de largo, contando desde la trompa hasta el final de la cola, surcada por unos picos duros como el cristal.
Lo tenemos controlado, pero no sé por cuánto tiempo más. La música Hard Rock, uno de sus requerimientos imprescindibles, parece calmarlo, a su manera. Corre de un lado al otro, pero al menos no rompe nada. Agita su cabeza frenéticamente, excitado por la energía de la música.
Pido un poco de iluminación en la celda, no demasiada, porque no está acostumbrado a lugares con mucha luminosidad, y acerco la cámara para tratar de ver el rostro. Sus ojos son dos esferas desorbitadas, con un borde de fuego los rodea. Son escalofriantes. Hay algo muy inquietante en la expresión de esos ojos, enmarcando una mandíbula brutal que se abre y se cierra con una fuerza titánica, ansiosa.
Un oficial a cargo de la seguridad no debería decir esto, pero conmigo mismo soy sincero. Espero que empiece el Torneo. Rápido. Que se maten entre ellos de una vez. Esto no es seguro. Nunca lo fue.
No saben con quien se metieron. No saben el error que cometieron. Se va a desatar el caos pronto.
—Dios nos libre de esta bestia y del desgraciado que la trajo a una mega ciudad.



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