Celda Uno: T-Magnus
Ciudad de Berlín, Capital del Gran Imperio Alemán
Año 3029
1ro de Agosto. Día de la Gran Final
19:53 P.M.
1:07 Horas para el inicio
—Aquí Schwartz, reportando. Recibí la
confirmación de Lawrence, ya atraparon a los intrusos. Créanlo o no, eran dos
chiquillos extranjeros. Quien sabe cómo hicieron para llegar allí. Ya fueron
enviados a detención, y Lawrence me aseguró que les darán una buena paliza.
Malditos estúpidos. Lo último que necesitábamos era una falla en la seguridad a
minutos del Torneo. Ahora dirigiéndome a dar el último OK de la Celda Uno.
Corté la comunicación a través de la pantalla
de comandos del casco. Mi equipo y yo caminábamos por uno de los pasillos que
surcaban los subsuelos del estadio, a menos de mil metros debajo del nivel de
la superficie. Los túneles estaban iluminados parcamente, al estilo de las
bases militares, y nuestros pasos resonaban y se mezclaban con el murmullo de
las otras actividades previas al Torneo.
Iba siguiendo el camino a través del mapa GPS
de la visión interna del casco. De lo contrario, hubiese sido imposible
ubicarse en aquella extensa red.
El pasillo circular continuó unos ciento
cincuenta metros y salió a una sala grande y pálida, iluminada con luz
artificial, de unos seiscientos metros de altura. Diversos equipamientos
militares se alineaban en los costados: enormes robots antropomorfos de
doscientos metros de altura, patrulleros de cabina simple, doble y de carga, y
hasta los nuevos prototipos voladores venidos de China.
En medio de la gran sala, dos grandes rieles
mostraban al Schunter: el tren más grande jamás construido. La locomotora
parecía un edificio volcado, imponente e implacable. Tenía un tamaño suficiente
como para mover una estación espacial… o un dinosaurio furioso.
El tren era una de las formas principales de
ingreso y egreso de materiales al núcleo duro de la ciudad. En la actualidad ya
no era muy utilizado, pero en los días del Torneo había visto bastante acción.
Tal vez demasiada.
El gran hall permitía ver el grosor de las
paredes que formaban la estructura. Gruesísimas columnas de hierro reforzado
enmarcaban los pasillos y los distintos niveles. Dos filas de carbino
comprimido estaban seguidas por varias capas de carburo de silicio en ladrillos
encastrados en diagonal. El toque final lo daba una capa exterior de diamante
fundido. El resto del estadio estaba construido con la misma metodología. Era
directamente impenetrable. Imperecedero. El mundo y la humanidad se
extinguirían antes de ver aquella estructura caer.
Seguimos camino bordeando el gran hall y
luego derecho, hacia la primera punta de la estrella: la Celda Uno.
En cada cruce de pasillos había dos soldados
armados. Igual que nosotros, iban con el traje hermético para emergencias nivel
tres. Era completamente cerrado, con un casco en punta en la parte frontal,
negro y reluciente, con dos secciones aerodinámicas detrás de cada oreja, con
pequeñas turbinas; un traje térmico de cilicio pegado al cuerpo, y distintas
armaduras se encastraban en hombreras, brazos, codos, antebrazos. Cada
extremidad tenía su protección a medida, para no perder flexibilidad. Las
coderas y la base de los pies también contaban con propulsores para efectuar
grandes saltos o aumentar velocidad si la situación lo requería.
En cuanto al armamento, les habían dado las
nuevas armas con catalizador magnético y balas de titanio, capaces de atravesar
todo tipo de trajes y materiales de construcción simples. Los rifles incluían
unos pequeños bebes, los A5, misiles dirigidos de corto alcance, pero con un
poder de destrucción de 6K. Hermosos. Me muero por usarlos, pero por dios, que
no sea hoy.
Cada diez pasos, un set de puertas
automáticas se abría y luego se cerraba tras de nosotros. Me obligué a desechar
la sensación de encierro irreversible que me acechaba. Nos acercábamos a una de
las siete zonas restringidas. Solo IDs específicamente aprobados para tareas de
la Gran Final lograban abrir aquellas puertas.
El camino estaba guiado por señalizaciones en
las paredes, que iban indicando el código de seguridad de cada participante.
Estaban separados en siete esquinas, conectados por pasillos reforzados dispuestos
de manera tal que visto desde arriba parecía el dibujo de una estrella de siete
puntas.
El croquis subterráneo del Estadio estaba
lleno de corredores que se interconectaban. Un hormiguero no tendría menos
conexiones y canales que aquella estructura, pero no eran de libre circulación:
estaban llenos de pases de seguridad.
Todos los participantes estaban recluidos con
el máximo secreto, en un estado de aislamiento total.
A medida que yo y mi partida nos acercábamos
a la Celda Uno, un murmullo crecía. Lo que en principio parecía un estruendo
creciente, resultó ser música. Una distorsión con el overdrive saturado trepaba
por las paredes, el suelo y el techo, mientras unos gritos rotos acompañaban a
los mecánicos riffs y la percusión frenética.
Cada finalista había sido intransigente en
una serie de condiciones. Ridículas algunas. Peligrosas todas. Como encargados
de la seguridad, los guardias venimos teniendo una temporada dura. No fue fácil
acondicionar las celdas y dominar a aquellas bestias, aun con toda la
tecnología de avanzada del ejército. Uno creería que un robot gigante, con
brazos fuertes como para mover una tonelada de roca sólida, no tendría
problemas contra un dinosaurio. Dios, que equivocados estaban.
Llegamos a la sección de monitoreo exterior.
La Celda estaba en una oscuridad total, pero el ruido era atronador; la música
no paraba.
Dos
ojos amarillos se abrieron de pronto en la negrura. Hubo un súbito movimiento,
y la oscuridad misma pareció agitarse.
La
música de rock seguía sonando a todo volumen.
Allí
estaba él: el magnífico T-Magnus. The King of Kings. El grande entre los
grandes. El coloso dinosaurio era de una complexión similar al Tiranosaurio
Rex, pero inmensamente más grande, con una cornamenta majestuosa y con unas
escamas pintadas de unos colores fluorescentes asombrosos, generando un mosaico
reluciente.
Ah,
y puede hablar. No sé porque ese detalle siempre se me olvida.
Aquella
bestia había probado que era de una naturaleza distinta, de un orden
desconocido, inexplorado, y la Administración había demostrado la poca
adaptación que tienen a las cosas que les son ajenas.
Aun
recordaba el incidente, en que esta bestia escapó, luego de que la trajeran,
hace cuarenta y cuatro días. Había sido una de las últimas incorporaciones. Los
Productores habían luchado mucho por conseguirla. Y vaya que habían pagado el
precio.
En
su intento por darle aún más status épico al Torneo, fueron demasiado lejos. Y hay
ciertas criaturas no están hechas para ser encerradas.
Toda
aquella operación de ingreso fue un desastre. Obviamente, el hecho no
trascendió a la sociedad civil, pero las bajas de operarios y soldados
superaron los miles. Había sido como un tornado encerrado en una pequeña
habitación. Un tornado con dientes capaces de partir un robot gigante en dos.
Imagínense la graciosa resistencia que le hacían los trajes de kevlar del
personal de seguridad.
Desde
el panel de control, donde estamos ahora, hay pantallas para monitorear el
movimiento y generar otros tipos de estímulos y vigilancias. Veo la rapidez con
que se mueve, a pesar de su monstruoso tamaño. Debe medir al menos treinta y
cinco metros de altura, y unos ochenta y cinco de largo, contando desde la
trompa hasta el final de la cola, surcada por unos picos duros como el cristal.
Lo
tenemos controlado, pero no sé por cuánto tiempo más. La música Hard Rock, uno
de sus requerimientos imprescindibles, parece calmarlo, a su manera. Corre de
un lado al otro, pero al menos no rompe nada. Agita su cabeza frenéticamente,
excitado por la energía de la música.
Pido
un poco de iluminación en la celda, no demasiada, porque no está acostumbrado a
lugares con mucha luminosidad, y acerco la cámara para tratar de ver el rostro.
Sus ojos son dos esferas desorbitadas, con un borde de fuego los rodea. Son
escalofriantes. Hay algo muy inquietante en la expresión de esos ojos,
enmarcando una mandíbula brutal que se abre y se cierra con una fuerza titánica,
ansiosa.
Un
oficial a cargo de la seguridad no debería decir esto, pero conmigo mismo soy
sincero. Espero que empiece el Torneo. Rápido. Que se maten entre ellos de una
vez. Esto no es seguro. Nunca lo fue.
No
saben con quien se metieron. No saben el error que cometieron. Se va a desatar
el caos pronto.
—Dios
nos libre de esta bestia y del desgraciado que la trajo a una mega ciudad.
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