Celda Cuatro: Mago y
Dragón
Ciudad de Berlín, Capital del Gran Imperio Alemán
Año 3029
1ro de Agosto. Día de la Gran Final
20:15 P.M.
0:45 minutos para el inicio
Cinco guardias caminaban armados con sus
trajes presurizados listos para la acción. Delante de ellos caminaba yo,
teniente de una patrulla de controles de las celdas.
Marchábamos todos al mismo ritmo. Eso me
gustaba. Un ritmo parejo para una tarea pareja. Seguir las reglas, cumplir lo
que nos pidieron, no hacer preguntas.
Somos seis sombras avanzando como una,
contrastando contra el pasillo gris, uno de los tantos que entre comunican la
zona inferior del estadio.
El largo corredor iluminado muestra un
letrero con luces azules con una pequeña sombra negra detrás que las distinguía
del resto.
El cartel de la Celda Cuatro apareció grande
en la pantalla con las indicaciones.
Sin alarmas. Todo según lo planeado.
Completemos el informe final de una vez. El Mago Negro nos esperaba.
El respeto y la concentración eran claves al
momento de acercarse a hacer los controles de este dúo. Yo lo sé muy bien.
Tengo años de experiencia de mi lado.
—Control Final de Celda Cuatro en progreso
—comuniqué al resto del equipo de Control de Celdas.
Una puerta se abrió ante nosotros, y la enorme
sección vidriada para el monitoreo de la actividad interior apareció en aquel
laberinto de pasillos y puertas secretas. Detrás del mostrador se apreciaba una
estancia inmensa, con una forma ovalada hacia arriba, como una gran pajarera.
Era absurdo ver aquel espacio tan grande en aquel lugar, bajo tierra, en el
corazón de una mega ciudad. Era el espacio que había pedido el Mago para que el
Dragón pudiese estar a sus anchas y no perder la flexibilidad en sus alas.
Supongo que es una de las tantas sorpresas que puede brindar esta ciudad: un
segundo estas caminando por un pasillo en completo silencio, y al siguiente una
puerta se abre y tienes un Dragón colosal en tus narices.
El Mago era uno de los personajes que habían
drafteado al principio de la competencia. A lo largo de las eliminatorias,
había sido un rival imponente, magnífico, y realmente era difícil imaginarle un
punto débil.
Ciertamente era uno de los más espectaculares,
y el público quedaba siempre impactado luego de ver sus despliegues. Tanto el
Mago, con su cayado mágico, lanzando rayos y hechizos, como el Dragón, con su
tamaño imponente, sus enormes fauces, capaces de tragar entero un pequeño
aeroplano, y su mortífero aliento de fuego, eran ciertamente una garantía de un
espectáculo grandioso.
El Dragón era, sin dudas, una criatura majestuosa,
y parecía estar conectado directamente con su amo, el Mago que lo montaba.
Medía casi veinte metros de alto, por cuarenta de largo, contando su cola.
Sin embargo, a pesar de este atractivo en lo
que respecta al desempeño en la pista, esta pareja no se encontraba entre las
más populares. La química entre ambas no era la ideal, y la gente simplemente
no podía conectar con el Mago.
Y es que éste último era un ser extraño.
Decir que es hosco es quedarse corto. Impone respeto, y a la vez distancia,
como si fuese un ser demasiado cualificado como para buscar una conexión
mundana. Es innegable el aura de misterio que lo rodea. Luce una calva total,
con unas extrañas marcas en la parte de atrás de la nuca, un bigote poblado,
retorcido en puntas, con unas joyas y piedras preciosas engarzadas al mismo, y
una tupida chiva en el mentón, de pelo negro con hebras de plata. No podía
tener más de cincuenta años.
Sus apáticos ojos eran de un gris viejo, con
toques de cielo, pero tenían un detalle que llamaba la atención: estaban
pintados con finísimas llamas verdes fluorescentes. Se notaba que no era un
detalle de nacimiento, sino una especie de pigmento, una enfermedad, o la
huella de una adicción a algún tipo de droga. Nunca había visto nada igual.
En lo que respecta a la seguridad, jamás fue
un problema para los guardias que lo vigilamos. Nunca había tratado mal a nadie
del staff. Siempre parecía estar concentrado, como si no tuviese la libertad de
distraerse: una vez que arrasaba en su pelea, controlaba a su Dragón, y volvía
lentamente a su celda.
Sin embargo, todos en el lugar lo evitan, se
abren a su paso si es que llegan a cruzarse, como si temieran que los
embrujara, o como si su solo contacto podría traer consecuencias irreversibles.
Es que no era un Mago con apariencia sabia y
apacible; no tenía una pomposa barba blanca ni un sombrero en punta. Muy por el
contrario, vestía discretas ropas negras y cortas, tenía ojos crueles y
apagados, y no se sabía hasta qué punto sus poderes podían transformar o
pervertirlo a uno.
Una de las cosas que más perturbaba era como
trataba al Dragón. Tenían una relación extraña, difícil de definir.
A veces cruzaban largas miradas, como si una
batalla se estuviese librando en ese silencio, en esa lucha de voluntades, y el
Mago debía apuntarle con el bastón para que volviese a su estado dócil. Nadie
dudaba que era una criatura peligrosa e indomable, lo que hablaba aún mejor del
Mago, capaz de dominarlo y montarlo a voluntad. La coordinación que mostraban
en batalla era digna de admiración.
Llegamos a la parte frontal de la imponente
celda, donde podía apreciarse toda su magnitud a través del vidrio.
El Mago había pedido una ambientación
montañosa, y los productores habían sido claros: no hay imposibles para cumplir
con los requisitos de los participantes. Lo que piden para sus celdas, se
consigue. Supongo que ese había sido su método para encontrar y convencer a
semejantes criaturas a lo largo de los últimos años. Como olvidar al kraken
contra el lagarto gigante de tres cabezas en el Domo inundado de agua en la
edición de 3016.
—Vallar, dame status de las paredes
inferiores. ¿Nada extraño en las últimas veinticuatro horas de video?
—Nada, señor. El Dragón dio algunos vuelos
cortos, lanzó algunas llamaradas contra distintas partes de las paredes, pero
son infranqueables, y no logró siquiera marcar la superficie. Luego volvió a su
cueva y no ha vuelto a salir. El Mago sigue en su rincón. No dejó de leer en
toda la noche. Desde la primera hora de la mañana se sentó a meditar, y aun no
abrió los ojos. Ni siquiera cuando el Dragón pasó volando a centímetros de su
cabeza lanzando dentelladas y llamaradas.
—Enterado.
Había una quietud mentirosa en esa celda. La
tensión se sentía, aunque intentara disimularse.
Fuego y magia. Que combinación explosiva.
Pero se las habían arreglado para mantener los accidentes a cero. No como los
imbéciles del Tiranosaurus Magnus en la Celda Uno.
La hora de la Gran Final se acercaba. Cuando
faltase un minuto, una puerta se abriría en el costado más lejano de cada una
de las celdas, dando lugar a un recto pasillo, exactamente del tamaño de cada
uno de los participantes; una puerta se cerraría detrás de ellos en el momento
en que cruzaran el umbral, dejándolos en un pequeño habitáculo que solo tenía
una salida: el Gran Domo.
Los participantes tenían estrictas
instrucciones de seguir este protocolo. Me pregunto como hace el Mago para
ordenarle a aquella bestia milenaria que se moviera, como un perrito entrenado.
Cuando estaba por irme, el Dragón salió de su
cueva. Lentamente, su alargada cabeza emergía de la negrura de su escondite rocoso.
La luz cobraba vida en sus cromadas escamas. Luego sacó una pata. Después la
otra. Lento como un lagarto, se arrastraba por la textura pedregosa de la
montaña artificial. Era una criatura formidable. Y no es usual que use este
tipo de calificativos para una criatura viviente. Más bien la uso con máquinas
o artefactos de guerra. Pero este Dragón era realmente formidable.
Su porte, su tamaño, su elegancia. La
expresión en su mirada. Sus ojos eran grandes, cargados de fuego.
Sonará como una locura, pero la sensación que
experimenté en ese momento era inequívoca: el Dragón estaba mirándome. Sentí
una oleada de impresiones, de diverso origen, todas mezcladas, difíciles de
identificar. Sentí respeto, sentí ira. Sentí una suerte de advertencia, o de
amenaza.
Si, el Dragón me miraba. Y no me gustó lo que
vi.
—Celda Cuatro Clear.
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