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miércoles, 19 de diciembre de 2018

Capítulo VIII. Cressil, Moffy y el ajedrez gigante

Capítulo VIII. Cressil, Moffy y el ajedrez gigante



Ciudad de Berlín, Capital del Gran Imperio Alemán
Año 3029
1ro de Agosto. Día de la Gran Final
12:16 A.M
8:44 Horas para el inicio

— ¿O sea que vos piensas que realmente no va a intentar tomar la casilla de E7, sino que va a dejar que tome la Reina solo por una ventaja posicional? —dijo Cressil.
—Una vez que uno estudia a la máquina, llega a darse cuenta que ésta piensa e interpreta que uno finalmente va a llegar a la conclusión de que la computadora siempre actúa mecánicamente hacia la opción más lógica. La máquina sabe que nosotros no vamos a pensar que ella va a cometer un acto impulsivo. —dijo Moffy.
— ¿Y quién te dice que esa movida es un acto impulsivo y no una jugada analizada con los procesadores más potentes del mundo, examinada tantas veces que tiene la certeza de que es la mejor movida posible?
—Creo que es una trampa irracional, que tiene a su vez gran importancia posicional y apunta indirectamente a ganar el peón de D6 y con eso la partida.
—Es probable. —Cressil se quedó pensando un momento. La idea de la máquina actuando irracionalmente para despistar lo había descolocado. Dejó que esa idea reposase un instante en su mente. — ¿Dónde ves el Torneo hoy?
El sol del mediodía daba de lleno en la plaza. Se filtraba a través del gran rectángulo vidriado que dejaba cubierto todo el complejo de aire libre del Edificio Vacío.
Cressil y Moffy estaban sentados en una extravagante banca con una forma extrañísima, situada frente al tablero. En ella se podían recostar, tarde tras tarde, y pensar en las posibles jugadas de la partida de ajedrez que el tablero gigante mostraba todos los días.
Sus puestos laborales eran apenas labores voluntarias, de unas pocas horas. Sumaban suficientes puntos para tener una vida relajada, sin excesos. Ello les dejaba tiempo para dispensarlo entre las innumerables ofertas de eventos y actividades que ofrecían los complejos habitacionales.
—Es probable que lo vea con mi madre —musitó Moffy, luego de una pausa.
¿Con tu madre?el tono de sorpresa fue involuntario, pero claramente perceptible.
—Sí, hace unos días la llamé, a ver si estaba viva. Resultó que si lo estaba. No la veía desde que me dejó en el instituto, cuando niña. Lo consulté con el sistema, y me dijeron que, aunque no era normal fortalecer los lazos familiares, era una posibilidad. Me metieron en un programa de asistencia periódica, para revisar como impactaba eso en mí, y como dio un resultado favorable, convinimos en encontrarnos hoy.
—Mira vos. No sabía que se podía. Yo no volví a ver a nadie de mi familia. Con uno de mis hermanos, por parte mi padre, coincidíamos en un grupo de estudio de geografía. Pero no teníamos nada en común, y no seguí el vínculo. Ni si quiera compartíamos memorias de nuestro padre. Apenas recuerdo su rostro.
—A veces es así. La familia no es más que una formalidad. El sistema nos separa desde chicos, nos crían en distintos programas de intercambio, rotando para diversificar las vivencias y las relaciones emocionales. Me parece bien. Siempre fue así, no veo porque cambiarlo. Sin embargo algo que no puedo explicar me hizo querer buscar a mi madre, querer pasar tiempo con ella. Así que me puse en contacto con ella, le pregunté qué iba a hacer para el Torneo, me dijo que nada, que prácticamente no salía de su habitación, así que la convencí de ver el Torneo juntas.
—Wow. Que flash. —Cressil se había quedado sin palabras. No sabía que era apropiado decir en un momento así. —Bueno, bien por ambas. —dijo finalmente.
Se armó un silencio que ninguno de los dos quiso romper. Quien sabe que pensaba cada uno, que recuerdos luchaban por abrirse pasó a través del caos de impresiones y emociones acumuladas a lo largo del tiempo. Quien sabe con qué desesperación buscaban agarrar ese recuerdo esencial, y contemplarlo de nuevo con los ojos de ese niño que ya no existía.
Ambos fingieron volver su pensamiento al tablero de ajedrez y la movida que vendría el día siguiente.
— ¿Qué me dices de la incorporación de los Elfos? —dijo de pronto Moffy. —De mi parte, me sorprendió gratamente. Primero, porque fue la revelación de una raza milenaria que hasta hace unos meses solo creíamos que era fruto de la imaginación de algunos pueblos y escritores. Una confirmación que abre posibilidades infinitas. No son trajes, no son efectos, son criaturas reales. Y segundo, porque las contingencias del combate se incrementaron exponencialmente. Los enfrentamientos que veremos hoy en ese Domo, generaciones enteras ni siquiera soñaron con algo así. Excede los límites de toda imaginación y comprensión.
—Pues a mí solo me pone a pensar en la increíble posibilidad de otros seres que pueden existir en este mundo, incluso en otros planetas, y que la ciencia se niega a aceptar hasta que no le conviene al sistema de turno. —Cressil no lo dijo, pero recibió en ese instante una notificación. No necesitó leerla para saber de qué se trataba. —Volviendo al Torneo, me gustó la incorporación de los Elfos. Creo que, en combinación con los Enanos que los acompañan, provenientes de esa ciudad secreta de la que dicen que vienen, los hace contrincantes letales. Una combinación perfecta de virtuosismo, habilidad, versatilidad, magia e ingeniería.
Y no sabemos qué tipo de conocimientos milenarios pueden llegar a poseer. Estoy ansiosa por verlo.
—De lo que no estoy ansioso por ver es el ser monstruoso que participa en esa armadura aterradora. Me da miedo. La mirada muerta que se entrevé por ese visor del yelmo con forma de demonio me hiela la sangre. Monta en ese unicornio muerto, también envuelto en una armadura negra. Espero que quede fuera de combate pronto. Con las otras bestias en el Domo, no creo que tenga muchas chances, pero igual me inquieta. Me ha perseguido en sueños. Temo que lo siga haciendo. —comentó Cressil, algo perturbado.
—Tranquilo, el sistema siempre tiene una solución. Una pastillita y adiós pesadillas.
Mientras hablaban, la plaza colgante oscilaba de forma casi imperceptible, lo suficiente como para no generar vértigo, pero sí esa sensación de silla mecedora tan placentera. Contaba con una serie de “bancas-esculturas” diseñadas por distintos artistas, estratégicamente situadas para no molestarse entre sí y dar privacidad a los usuarios. Cientos de personas la elegían para sentarse y relajarse, reflexionar o escribir, incluso para ver proyecciones en pantallas improvisadas.
Directamente enfrente a la plaza colgante, una enorme escultura con la forma del tablero de ajedrez estaba visible para todos. A través de los vidrios que formaban el Edificio Vacío, el resto de la ciudad se alzaba como una cadena montañosa inmemorial.
— ¿Supiste algo de Matt? —preguntó Moffy.
—Sí, hice un facetime con el ayer. La verdad, no lo vi bien. Estaba demasiado ansioso por el Torneo. No paraba de temblar, y tuvo que darse varios shots de ese trago que están repartiendo todas las mañanas con el café. Yo la verdad que no lo necesité nunca. Hay que mantener los pies sobre la tierra.
—Sí. Como hacemos nosotros con esta rutina del ajedrez. No mata la ansiedad, pero por lo menos la camufla un poco. El Torneo fue un gran catalizador. Pero no puede ser toda tu vida. Cuando Matt dejó de venir al trabajo, hace tres semanas, me preocupé. Sabía que se estaba consumiendo.
—Qué se yo, es raro todo —dijo Cressil pensativo — ¿Quién soy yo para decirle a Matt como debe vivir su vida? ¿Decirle que no se emocione tanto con el Torneo, decirte a vos que no retomes el contacto con tu madre? Si a duras penas me levanto a las mañanas, confundido y asustado. A veces parece que la vida no tiene sentido —Otra notificación. No importó. —Pasamos un tiempo, a veces lo desperdiciamos, a veces no, pero lo que hacemos carece de importancia. Algunas buenas acciones, otra buena ración de cagadas y errores. Alguna acción por la que nos recordaran algunos años, y después ya está. Nos fuimos. La alternancia entre transitoriedad y permanencia es enloquecedora.
—Supongo que sí. Pero podrías verlo como las dos caras de una misma moneda. Estar es la contracara del no-estar. No se entiende uno sin el otro. El que piensa la vida en absolutos está perdido. Todo es gradual, y temporal.
—El delirio del extremista. Ya hemos hablado de esto. Para no estar, primero necesito haber estado. Es un buen punto.
—Tiene cierta lógica. Obviamente llega el día en que no estamos. Pero estuvimos. Y eso es permanente.
—Hay que estar listo para el sacrificio. Todo el tiempo. Diariamente hay una permanencia que se inmortaliza a pesar de la transitoriedad. Y no podemos pensar en ello más de lo que corresponde; de lo contrario, seguimos desperdiciando tiempo y energía, que nos es escaso.
—Hay que estar listo para morir. —Moffy no supo porque dijo eso. Se sintió extrañada al exacto momento en que esas palabras abandonaron su boca.
—Supongo que sí. —dijo finalmente Cressil. Y de vuelta el silencio. Y la falsa reflexión sobre el sacrificio de la dama en pos de la posición estratégica de D6, y si la computadora se atrevería a cometer un acto irracional.
El leve bamboleo de la plaza era narcotizante. El sol estaba en ese momento perfecto en donde calienta lo suficiente como para no quemar, donde ilumina lo suficiente sin ser cegador. Ambos amigos disfrutaron ese silencio cargado de preguntas que en ese momento prescindían de su materialidad, eran preguntas sin palabras, grabadas en la carne, o ese lugar que algunos llaman alma, el cuerpo inmaterial.
Algunas esferas pasaban a lo alto sobre un lejano riel, arrojando leves sombras sobre el parque. Los discos del bar flotante giraban lentamente. A su alrededor, fuera de la pecera gigante, el resto de los ciudadanos habitaba los interminables edificios, ese laberinto artificial en que les había sido dado vivir.
—Me pregunto cómo será la vida en el futuro, allá por el año cuatro mil. Imagino un mundo sin humanos, vidas de silencio, vidas largas. —reflexionó Cressil.
—Sería raro. Yo imagino un mundo etéreo. Un mundo sin edificios. Un mundo de pantallas, cápsulas, recreaciones virtuales. Viviríamos hasta quinientos años. ¿No sería aburrido?
—No si hay ajedrez. Aun no aprendí a jugar al Go, por ejemplo. Hace diez días me llegó la notificación con el recordatorio. Nunca me animé, pero siempre me quedó dando vueltas en la cabeza. Quién sabe. Puede estar bueno.
¿No te resulta extraña esta necesidad de entretenerse? ¿El hecho de que no podamos vivir si no estamos haciendo algo para pasar el tiempo? ¿No podríamos vivir simplemente para disfrutar, para hacer y contemplar?
Cressil se quedó pensando en esa propuesta por un momento. No la compartía, pero intentó visualizarla. No hacer nada. No buscar nada. La experiencia absoluta de lo inmediato era en sí ya un reto insondable, una tarea para la que nadie jamás estaría a la altura. Por más que intentase, el momento era avasallador, y aún más la idea de que ese instante, tan lleno de todo, tan inmenso y maravilloso, era único, irrepetible y extremadamente fugaz.
Podía limitarse a percibir lo que su voluntad decidiera. Podía intentar hacer desaparecer el deseo-de-orientar-la-percepción, someter su discernimiento, dejando que el mundo se presentase como quisiese, y aceptar todo como venía. No se sentía cómodo con esa idea de la eventualidad total. Era distinta a todo lo que el sistema lo había acostumbrado desde chico. Aunque recordaba esos momentos en donde se cerraba en pensamientos secretos que el sistema no podía tocar, en tanto él no los verbalizara. Recordaba la sensación de pensar durante horas, sabiendo que nadie jamás participaría de esas imágenes que ponía en juego en el teatro de sus sueños. Era la sensación de la creación pura. Secreta. Autónoma. Se decidió a darle una chance a la contemplación libre. ¿Qué podía perder? Solo otro momento. Tenía muchos. Aunque no tantos. Tal vez justamente esa idea de que los momentos eran agotables, le obligó a usarlos con urgencia, con la necesidad de encontrar una respuesta valiosa.
—Puede ser. Como decía esa vieja canción, “sit back and enjoy the view”. Ok. Contemplemos.
Se recostaron en sus bancas y disfrutaron de la vista, hasta que, de la nada, un cuerpo cayó desde el cielo y pasó volando ante ellos. Aterrizó justo en la casilla E7.





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