Ciudad de Berlín, Capital del Gran Imperio Alemán
Año 3029
1ro de Agosto. Día de la Gran Final
12:16 A.M
8:44 Horas para el inicio
—
¿O sea que vos piensas que realmente no va a intentar tomar la casilla de E7,
sino que va a dejar que tome la Reina solo por una ventaja posicional? —dijo
Cressil.
—Una
vez que uno estudia a la máquina, llega a darse cuenta que ésta piensa e
interpreta que uno finalmente va a llegar a la conclusión de que la computadora
siempre actúa mecánicamente hacia la opción más lógica. La máquina sabe que
nosotros no vamos a pensar que ella va a cometer un acto impulsivo. —dijo
Moffy.
—
¿Y quién te dice que esa movida es un acto impulsivo y no una jugada analizada
con los procesadores más potentes del mundo, examinada tantas veces que tiene
la certeza de que es la mejor movida posible?
—Creo
que es una trampa irracional, que tiene a su vez gran importancia posicional y apunta
indirectamente a ganar el peón de D6 y con eso la partida.
—Es
probable. —Cressil se quedó pensando
un momento. La idea de la máquina actuando irracionalmente para despistar lo
había descolocado. Dejó que esa idea reposase un instante en su mente. — ¿Dónde
ves el Torneo hoy?
El
sol del mediodía daba de lleno en la plaza. Se filtraba a través del gran
rectángulo vidriado que dejaba cubierto todo el complejo de aire libre del
Edificio Vacío.
Cressil
y Moffy estaban sentados en una extravagante banca con una forma extrañísima,
situada frente al tablero. En ella se podían recostar, tarde tras tarde, y
pensar en las posibles jugadas de la partida de ajedrez que el tablero gigante
mostraba todos los días.
Sus
puestos laborales eran apenas labores voluntarias, de unas pocas horas. Sumaban
suficientes puntos para tener una vida relajada, sin excesos. Ello les dejaba
tiempo para dispensarlo entre las innumerables ofertas de eventos y actividades
que ofrecían los complejos habitacionales.
—Es
probable que lo vea con mi madre —musitó Moffy, luego de una pausa.
— ¿Con tu madre? —el tono de sorpresa fue involuntario, pero claramente
perceptible.
—Sí,
hace unos días la llamé, a ver si estaba viva. Resultó que si lo estaba. No la
veía desde que me dejó en el instituto, cuando niña. Lo consulté con el
sistema, y me dijeron que, aunque no era normal fortalecer los lazos
familiares, era una posibilidad. Me metieron en un programa de asistencia
periódica, para revisar como impactaba eso en mí, y como dio un resultado
favorable, convinimos en encontrarnos hoy.
—Mira
vos. No sabía que se podía. Yo no volví a ver a nadie de mi familia. Con uno de
mis hermanos, por parte mi padre, coincidíamos en un grupo de estudio de
geografía. Pero no teníamos nada en común, y no seguí el vínculo. Ni si quiera
compartíamos memorias de nuestro padre. Apenas recuerdo su rostro.
—A
veces es así. La familia no es más que una formalidad. El sistema nos separa
desde chicos, nos crían en distintos programas de intercambio, rotando para
diversificar las vivencias y las relaciones emocionales. Me parece bien.
Siempre fue así, no veo porque cambiarlo. Sin embargo algo que no puedo
explicar me hizo querer buscar a mi madre, querer pasar tiempo con ella. Así
que me puse en contacto con ella, le pregunté qué iba a hacer para el Torneo,
me dijo que nada, que prácticamente no salía de su habitación, así que la convencí
de ver el Torneo juntas.
—Wow.
Que flash. —Cressil se había quedado sin palabras. No sabía que era apropiado
decir en un momento así. —Bueno, bien por ambas. —dijo finalmente.
Se
armó un silencio que ninguno de los dos quiso romper. Quien sabe que pensaba
cada uno, que recuerdos luchaban por abrirse pasó a través del caos de
impresiones y emociones acumuladas a lo largo del tiempo. Quien sabe con qué
desesperación buscaban agarrar ese recuerdo esencial, y contemplarlo de nuevo
con los ojos de ese niño que ya no existía.
Ambos
fingieron volver su pensamiento al tablero de ajedrez y la movida que vendría
el día siguiente.
—
¿Qué me dices de la incorporación de los Elfos? —dijo de pronto Moffy. —De mi
parte, me sorprendió gratamente. Primero, porque fue la revelación de una raza
milenaria que hasta hace unos meses solo creíamos que era fruto de la
imaginación de algunos pueblos y escritores. Una confirmación que abre
posibilidades infinitas. No son trajes, no son efectos, son criaturas reales. Y
segundo, porque las contingencias del combate se incrementaron exponencialmente.
Los enfrentamientos que veremos hoy en ese Domo, generaciones enteras ni
siquiera soñaron con algo así. Excede los límites de toda imaginación y
comprensión.
—Pues
a mí solo me pone a pensar en la increíble posibilidad de otros seres que
pueden existir en este mundo, incluso en otros planetas, y que la ciencia se
niega a aceptar hasta que no le conviene al sistema de turno. —Cressil no lo
dijo, pero recibió en ese instante una notificación. No necesitó leerla para
saber de qué se trataba. —Volviendo al Torneo, me gustó la incorporación de los
Elfos. Creo que, en combinación con los Enanos que los acompañan, provenientes
de esa ciudad secreta de la que dicen que vienen, los hace contrincantes
letales. Una combinación perfecta de virtuosismo, habilidad, versatilidad,
magia e ingeniería.
—Y no sabemos qué tipo de conocimientos
milenarios pueden llegar a poseer. Estoy ansiosa por verlo.
—De
lo que no estoy ansioso por ver es el ser monstruoso que participa en esa
armadura aterradora. Me da miedo. La mirada muerta que se entrevé por ese visor
del yelmo con forma de demonio me hiela la sangre. Monta en ese unicornio
muerto, también envuelto en una armadura negra. Espero que quede fuera de
combate pronto. Con las otras bestias en el Domo, no creo que tenga muchas
chances, pero igual me inquieta. Me ha perseguido en sueños. Temo que lo siga
haciendo. —comentó Cressil, algo perturbado.
—Tranquilo,
el sistema siempre tiene una solución. Una pastillita y adiós pesadillas.
Mientras
hablaban, la plaza colgante oscilaba de forma casi imperceptible, lo suficiente
como para no generar vértigo, pero sí esa sensación de silla mecedora tan
placentera. Contaba con una serie de “bancas-esculturas” diseñadas por
distintos artistas, estratégicamente situadas para no molestarse entre sí y dar
privacidad a los usuarios. Cientos de personas la elegían para sentarse y
relajarse, reflexionar o escribir, incluso para ver proyecciones en pantallas
improvisadas.
Directamente
enfrente a la plaza colgante, una enorme escultura con la forma del tablero de
ajedrez estaba visible para todos. A través de los vidrios que formaban el
Edificio Vacío, el resto de la ciudad se alzaba como una cadena montañosa
inmemorial.
—
¿Supiste algo de Matt? —preguntó Moffy.
—Sí,
hice un facetime con el ayer. La verdad, no lo vi bien. Estaba demasiado
ansioso por el Torneo. No paraba de temblar, y tuvo que darse varios shots de
ese trago que están repartiendo todas las mañanas con el café. Yo la verdad que
no lo necesité nunca. Hay que mantener los pies sobre la tierra.
—Sí.
Como hacemos nosotros con esta rutina del ajedrez. No mata la ansiedad, pero
por lo menos la camufla un poco. El Torneo fue un gran catalizador. Pero no
puede ser toda tu vida. Cuando Matt dejó de venir al trabajo, hace tres semanas,
me preocupé. Sabía que se estaba consumiendo.
—Qué
se yo, es raro todo —dijo Cressil pensativo — ¿Quién soy yo para decirle a Matt
como debe vivir su vida? ¿Decirle que no se emocione tanto con el Torneo,
decirte a vos que no retomes el contacto con tu madre? Si a duras penas me
levanto a las mañanas, confundido y asustado. A veces parece que la vida no
tiene sentido —Otra notificación. No importó. —Pasamos un tiempo, a veces lo
desperdiciamos, a veces no, pero lo que hacemos carece de importancia. Algunas
buenas acciones, otra buena ración de cagadas y errores. Alguna acción por la
que nos recordaran algunos años, y después ya está. Nos fuimos. La alternancia
entre transitoriedad y permanencia es enloquecedora.
—Supongo
que sí. Pero podrías verlo como las dos caras de una misma moneda. Estar es la
contracara del no-estar. No se entiende uno sin el otro. El que piensa la vida
en absolutos está perdido. Todo es gradual, y temporal.
—El
delirio del extremista. Ya hemos hablado de esto. Para no estar, primero necesito
haber estado. Es un buen punto.
—Tiene
cierta lógica. Obviamente llega el día en que no estamos. Pero estuvimos. Y eso
es permanente.
—Hay
que estar listo para el sacrificio. Todo el tiempo. Diariamente hay una
permanencia que se inmortaliza a pesar de la transitoriedad. Y no podemos
pensar en ello más de lo que corresponde; de lo contrario, seguimos desperdiciando
tiempo y energía, que nos es escaso.
—Hay
que estar listo para morir. —Moffy no supo porque dijo eso. Se sintió extrañada
al exacto momento en que esas palabras abandonaron su boca.
—Supongo
que sí. —dijo finalmente Cressil. Y
de vuelta el silencio. Y la falsa reflexión sobre el sacrificio de la dama en
pos de la posición estratégica de D6, y si la computadora se atrevería a
cometer un acto irracional.
El
leve bamboleo de la plaza era narcotizante. El sol estaba en ese momento
perfecto en donde calienta lo suficiente como para no quemar, donde ilumina lo
suficiente sin ser cegador. Ambos amigos disfrutaron ese silencio cargado de
preguntas que en ese momento prescindían de su materialidad, eran preguntas sin
palabras, grabadas en la carne, o ese lugar que algunos llaman alma, el cuerpo
inmaterial.
Algunas
esferas pasaban a lo alto sobre un lejano riel, arrojando leves sombras sobre
el parque. Los discos del bar flotante giraban lentamente. A su alrededor,
fuera de la pecera gigante, el resto de los ciudadanos habitaba los interminables
edificios, ese laberinto artificial en que les había sido dado vivir.
—Me
pregunto cómo será la vida en el futuro, allá por el año cuatro mil. Imagino un
mundo sin humanos, vidas de silencio, vidas largas. —reflexionó Cressil.
—Sería
raro. Yo imagino un mundo etéreo. Un mundo sin edificios. Un mundo de
pantallas, cápsulas, recreaciones virtuales. Viviríamos hasta quinientos años.
¿No sería aburrido?
—No
si hay ajedrez. Aun no aprendí a jugar al Go, por ejemplo. Hace diez días me
llegó la notificación con el recordatorio. Nunca me animé, pero siempre me
quedó dando vueltas en la cabeza. Quién sabe. Puede estar bueno.
— ¿No te resulta extraña esta necesidad de
entretenerse? ¿El hecho de que no podamos vivir si no estamos haciendo algo
para pasar el tiempo? ¿No podríamos vivir simplemente para disfrutar, para
hacer y contemplar?
Cressil
se quedó pensando en esa propuesta por un momento. No la compartía, pero
intentó visualizarla. No hacer nada. No buscar nada. La experiencia absoluta de
lo inmediato era en sí ya un reto insondable, una tarea para la que nadie jamás
estaría a la altura. Por más que intentase, el momento era avasallador, y aún
más la idea de que ese instante, tan lleno de todo, tan inmenso y maravilloso,
era único, irrepetible y extremadamente fugaz.
Podía
limitarse a percibir lo que su voluntad decidiera. Podía intentar hacer desaparecer
el deseo-de-orientar-la-percepción, someter su discernimiento, dejando que el
mundo se presentase como quisiese, y aceptar todo como venía. No se sentía
cómodo con esa idea de la eventualidad total. Era distinta a todo lo que el
sistema lo había acostumbrado desde chico. Aunque recordaba esos momentos en
donde se cerraba en pensamientos secretos que el sistema no podía tocar, en
tanto él no los verbalizara. Recordaba la sensación de pensar durante horas,
sabiendo que nadie jamás participaría de esas imágenes que ponía en juego en el
teatro de sus sueños. Era la sensación de la creación pura. Secreta. Autónoma.
Se decidió a darle una chance a la contemplación libre. ¿Qué podía perder? Solo
otro momento. Tenía muchos. Aunque no tantos. Tal vez justamente esa idea de
que los momentos eran agotables, le obligó a usarlos con urgencia, con la
necesidad de encontrar una respuesta valiosa.
—Puede
ser. Como decía esa vieja canción, “sit
back and enjoy the view”. Ok. Contemplemos.
Se
recostaron en sus bancas y disfrutaron de la vista, hasta que, de la nada, un
cuerpo cayó desde el cielo y pasó volando ante ellos. Aterrizó justo en la
casilla E7.
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