Ciudad de Berlín, Capital del Gran Imperio Alemán
Año 3029
1ro de Agosto. Día de la Gran Final
18:07 P.M.
2:53 Horas para el inicio
Nadie conoce
la soledad como un ciego. Una dimensión eterna, infinita como una brecha en el
espacio-tiempo, como un sueño quebrado. Una estancia impoluta, infranqueable,
poblada de líneas que parten desde el propio ser hacia la eternidad sin
chocarse nunca con nada, habitada por sombras que hacen ecos que jamás paran de
reverberar.
El estruendo
generado por el berrido frenético de los que me rodean intenta atravesar la
barrera que rodea mi mundo, y chocan en vano sin poder ingresar. No tienen
sustancia. No son nada.
Una mano
negra en la oscuridad se alza a tientas intentando asir algo, desesperada de
nociones. No encuentra nada material, pero otras energías se vuelven sensibles
a la piel. El mundo que nos armamos, de palabras y sensaciones, de
abstracciones y sombras, es tan nuestro, tan ajeno al resto, que la noción de
otra persona es tan absurda como la idea de dios o la prevalencia del amor y el
bien sobre el mal.
No veo. Pero
siento. Y ese sentir es más verdadero de lo que muchos podrán ver durante toda
su vida.
Hay
fantasmas recorriéndonos. Hay espectros alimentándose de nuestra energía. No lo
vemos, no vemos lo que emanamos, pero hay ciertas criaturas que lo ven, y lo
necesitan; es un recurso preciado, y nosotros lo regalamos. Hay una
conveniencia total, una relación parasitaria perfecta.
Un aire
enrarecido me inquieta, acaso una vibración leve, como un zumbido. Quería venir
para comprobarlo. Me importa un bledo el Torneo, las bestias, la épica. Los
ciegos sabemos. Los ciegos esperamos. El día anunciado. El viento salvaje y la
cancioncilla escurridiza, esa profecía de tiempos inmemoriales que resuena en
las mentes de los buceadores-de-sueños. Cosas básicas para el iniciado en el
arte del no-ver. O acaso debería llamarse ver.
Ver de verdad. Ver la verdad.
Siempre me
molestó la inexactitud de las palabras. Para el ciego, que lo único que tiene
es ese lenguaje, esa imperfección es insoportable. El material de nuestro mundo
no puede estar basado en mentiras. Por eso las desdeñamos. Por eso desdeñamos
todo lo que viene del mundo de los videntes.
Un latido
inesperado me resuena en el pecho. Años y años esperando una señal. Mientras el
Torneo se acercaba, yo esperaba, soñaba, buscaba indicios entre las notas de
mis pesadillas. Para mi horror, todos se fueron cumpliendo. Y ahora esto. La
mano que tiembla, que dicta. La caverna que se abre liberando al espectro, la
serpiente que ata al mundo, las fauces que se tragaran la tierra. El ritmo
irregular de los latidos, alineados con la cancioncilla.
Ahora lo entiendo. Es un
día fatídico. La guerra de dioses esta aquí.
—El abuelo está hablando
solo de nuevo, mamá.
— ¡Ves! ¡Te dije que era
una mala idea traerlo! Si ni siquiera puede ver. ¿Qué va a entender? ¿Sabes cuánto nos costó esta entrada?
— ¡Pero pobre, insistió
tanto, estaba tan emocionado!
— ¡¡Cállense!!
¡Estúpidos!! ¡No lo entienden!! ¡No lo entienden!! Ya es tarde. Siempre es
tarde.
¡Déjenme solo! ¡¡DEJENME
SOLO!!!
No puedo creer que esta
gente sea mi familia, sangre de mi sangre. Están criados para la idiotez. No
sobrevivirán.
Siento algo. En esa
dirección. El señor responsable de todo, en aquella Torre Oscura. ¡Puedo verlo!
¡Lo maldigo! ¡LO MALDIGO!
— ¡Cállese, anciano,
deje disfrutar al prójimo! —dijo alguien al costado.
—Se viene el fin. No hay escapatoria. Espero
que disfruten del espectáculo antes de que solo quede el dolor.
***
Su
mirada blanca y enigmática desconocía el murmullo y griterío, y parecía habitar
en estancias en donde el futuro, el pasado y el presente convivían
simultáneamente, estancias de magia y soledad, de brujos y profecías, estancias
en donde las palabras no salían, y era difícil, cuando se volvía a la realidad,
recordar lo que allí había visto y oído. Si al menos alguien pudiese escuchar.
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