Ciudad de Berlín, Capital del Gran Imperio Alemán
Año 3029
1ro de Agosto. Día de la Gran Final
11:59 A.M.
9:01 Horas para el inicio
La
mañana menguaba en el Gran Imperio Alemán, mientras cientos de millones de
personas ultimaban sus preparativos para el Gran Día. Algunos dormían para
estar descansados; otros ya estaban en el estadio, sin poder dominar la
ansiedad. Algunos se esmeraban para sumar los últimos puntos y canjear la
transmisión exclusiva, otros caminaban de un lado al otro, a la deriva, matando
los minutos. Pantallas, videojuegos, drogas, sueños, sexo. Cualquier cosa con
tal de pasar el tiempo. Cualquier opción era válida para enfocar la cabeza en
otra cosa: visitas sorpresa al Teatro Aleatorio, el Museo de Arquitectura, el
Pasillo de los Laberintos, la Estancia de las Luces Infinitas, o alguna de las
tantas salas surrealistas que ofrecía la sorprendente infraestructura del
imperio.
En
algún lugar de las instalaciones del Estadio, siete terribles fieras se
preparaban para lo que sería, para al menos seis de ellas, el último día en
esta tierra. Una batalla a muerte, híper televisada, que despertaba las
pasiones más oscuras de los humanos, esas bestias del infierno que habitan de
un tiempo a esta parte este decadente planeta, convirtiéndolo gradualmente en
basura, en comida para gusanos, cuervos y cucarachas.
Pero
para ese momento aún faltaba. Aunque no tanto.
Una
esfera surcaba la ciudad con velocidad. Adentro, un sujeto llamado Mislav yacía
ensimismado, con los ojos cerrados, obligándose a poner la mente en blanco,
incapaz de dormir.
No
le dio ninguna indicación a la máquina más que el lugar a donde quería ir, y el
viaje transcurrió en un silencio incómodo hasta que la cápsula le avisó que
habían llegado a destino.
Se
encontraba en la plataforma de entrada del Café
Del ‘Aire. Dicho restaurante era una de las tantas instalaciones que se
hallaban dentro de la inmensa estructura de vidrio conocida como el Edificio Vacío. Esta famosa construcción
semejaba una enorme pecera cuadrada, con aire respirable, llena de facilidades de
todo tipo. Era exclusiva para ciudadanos de primera clase, aunque a veces se
permitía el acceso a algunos de segunda con buen comportamiento, prospectos a
subir de categoría, siempre y cuando continuasen con sus contribuciones al
sistema.
Aparte
del Café Flotante, había una amplia variedad complejos que se podían visitar en
el Edifico Vacío. Se destacaba la Escultura de Ajedrez Gigante, la Plaza
Colgante y el Velódromo que rodeaba toda la circunferencia de la estructura de
vidrio.
En
el piso novecientos treinta y tres, un discreto pero moderno salón con
decoración asiática daba entrada a una serie de plataformas flotantes. Esa era
una de las cualidades fantásticas de la vida en aquella sofisticada ciudad: uno
podía subirse en un ascensor o esfera, pulsar un par de botones, y cuando las
puertas se abrieran podían dejarlo a uno en una cantidad de escenarios y
paisajes tan diversos e inverosímiles, que era casi absurdo, como entrar a una
cápsula de infinitas posibilidades. Nada era imposible en aquel majestuoso
ecosistema de edificios.
Mislav
preguntó en el mostrador dónde estaban almorzando Miller y el resto de sus
amigos, y el robot barman le indicó una de las parcelas que se encontraban en
el patio central. La mesa donde se encontraban flotaba a más de tres mil metros
de altura, sin nada más abajo que el puro suelo. Cuando Mislav pulsó el botón
para llamar a la plataforma, el gran imán que estaba por encima de la mesa y que
la mantenía en curso se movió hasta dejarla a distancia del Hall de recepción.
Mislav abrió la portezuela de vidrio y subió.
—Hey muchacho, ¡llegaste! Te tardaste tus
buenos minutos ¿Dónde estabas? Recién acabamos de ordenar la comida. —dijo Faust.
—Ehh,
me demoré un poco al salir, estaba probando un nuevo traje anti gravedad. Y
después me llamó Byron, me mandó un facetime desde Gales. No sé qué mierda hace
allá.
—Ah,
ok. Siempre te dije que ese tal Byron era una mala influencia. Todo para él era
una conspiración extraterrestre, maldito lunático. Le la pasaba diciendo constantemente
que se acababa el mundo. Estábamos justamente hablando del Gran Evento de hoy a
la noche. De qué otra cosa sino, ¿cierto? ¿Qué opinas? —preguntó Miller.
—Oye,
hombre, deja que al menos se siente y pida algo de beber. ¿Qué tomas Mislav? —replicó Faust.
—Mmm,
una cerveza grande con limón. Me vendría muy bien refrescarme. —marcaron la
opción de la bebida en una pantalla en el centro de la mesa —Sobre hoy a la
noche, a ver, hasta hace un mes, para mí el Vampiro era favorito indiscutido.
El Hombre Desintegrado también tiene grandes chances, a mí me encanta, en la
primera edición fue realmente increíble. Después, para sorpresa de todos,
renunció y estuvo ausente un tiempo, pero ahora parece lograron convencerlo
para que vuelva. Y sin embargo, no sé, no lo veo igual de metido que antes.
—Estos
Elfos que se agregaron ahora no pintan mucho. Es decir, se ven fieros, pero no
sé qué puedan hacer contra el Dragón o la Bestia. —comentó Faust.
Un
agujero se abrió en la mesa, donde se había sentado Mislav, y una pinta de cerveza
color oro viejo con una rodaja limón flotando en el medio ascendió por el
mecanismo que les servía la comida. Mislav le dio un sorbo lento. El frescor le
subió lentamente por el pecho hasta el cerebro como partículas de gas que
llegan hasta arriba del vaso en forma de espuma, inundándolo por un segundo en
una sensación de bienestar inquebrantable, fuera del tiempo.
—A
propósito, las vistas desde acá son realmente alucinantes. Se puede ver el
Estadio, El Dedo de Steiner y la Colina del Tuerto, todo a la vez. —comentó.
—Bueno,
digamos que eso se puede decir de muchos de los edificios de esta ciudad— dijo
Chloe —. Si desde donde estas no podes ver el Dedo de Steiner, considérate un
tercera clase. Probablemente el polvo toxico ya te desgastó el cuerpo y te
quedan un par de horas de vida. Con suerte llegas a ver el Torneo en una sala
de hospital —remató con su característica acidez.
Los
demás estallaron en risas. Mislav esbozó una sonrisa tímida, pero rápidamente
desvió la vista.
—Que
hija de puta que sos, Chloe. —Dijo
Miller.
Chloe
engulló lo que quedaba de su bebida y tiró la copa hacia abajo, con desdén.
—A
mí me gusta el Mago, siento que tiene alguna carta guardada, algún secreto. —dijo Faust.
—Ah,
y monta un Dragón gigante que exhala fuego. Pequeño detalle. —acotó Miller, y el
resto de los compañeros volvieron a reírse a carcajadas.
—
¿Y qué me dicen del Dinosaurio? —dijo Faust, tratando de reinstalar el debate. —Ese
sí que se ve bravo. Gran incorporación para la final. Cuando uno cree que ya
han alcanzado los limites, vienen y hacen algo como esto.
—Por
eso te decía. Hasta hace unos días, el Vampiro tenía todas las de ganar. Ahora…
¿un T-Magnus y un Dragón en medio del Domo? No creo que nadie salga vivo.
—Je,
algo deben tener preparado.
La
mesa de amigos flotaba por el aire mientras el sol se posicionaba en el punto
más alto, alternando sombras y reflejos entre los espacios que dejaban libres
la incontable serie de rascacielos. Un disco negro seguía el suave movimiento
de la mesa, dándoles sombra. A sus pies, una plataforma magnética hacía que la
mesa siguiese la programación que las máquinas habían planeado para ese
extravagante bar.
Mislav
estaba incómodo. El resto continuaba conversando animadamente, pero él
difícilmente podía concentrarse en lo que decían. Se acomodó dos veces en la
silla, sin lograr encontrar posición. En un momento, una pequeña luz roja
parpadeó en medio de la mesa donde los cuatro amigos estaban sentados. Mislav
la vio claramente. Miró al resto de sus amigos para ver si alguien más la había
visto, pero ellos seguían hablando del Torneo entre risas, comiendo y bebiendo.
Alterado,
se acomodó el traje en la parte del cuello, que de repente parecía apretarle
mucho. Tomó otra vez su vaso y apuró el trago, nervioso. En el fondo de la copa,
cuando el líquido se hubo terminado, otra pequeña luz roja parpadeó, a través
del limón, esta vez con una intensidad mayor.
Mislav
estuvo a punto de atragantarse. Tosió nerviosamente. El resto de los amigos le
preguntó si estaba bien, pero él asintió, sin decir palabra.
—Voy
un minuto al baño muchachos. —dijo, tratando de disimular su nerviosismo.
Algunas
miradas intrigadas lo siguieron al tiempo que se incorporaba.
Se
levantó torpemente y se volvió. Al llegar al borde, recordó que estaban en una
plataforma flotante. Pulsó el botón de salida y la mesa comenzó a moverse, de
regreso a la plataforma de recepción. Tuvo que esperar treinta segundos eternos
hasta que la misma se desplazase hasta abajo, y se conectase con la terraza
principal, donde recién allí se abrió la portezuela que contenía la mesa
flotante.
Dando
tumbos, caminó rápidamente al baño, mirando constantemente hacia atrás y a los
costados. Sentía que todo el mundo lo estaba mirando, siguiéndolo con la vista.
Cada rostro que miraba parecía esquivarle el contacto visual. No sabía si eran
humanos o robots. No sabía que podían estar percibiendo, que señal podían estar
enviando.
Un
paso en falso y todo se echaría a perder.
Mislav
entró en el baño y trabó la puerta. Estaba transpirando copiosamente. Súbitamente
le entraron cuatro notificaciones, una detrás de otra. Las ignoró. Abrió el
grifo y se enjuagó torpemente la cara. Mientras se secaba, vio con terror como
una luz roja brillaba clara como el sol de mediodía en el centro del espejo,
como un ojo que todo lo ve brotando desde su propia frente.
El
sobresalto fue tal que casi cayó al suelo, apoyándose contra la pared del baño.
Nuevas notificaciones caían como bombas en su bandeja de entrada, resonando
adentro de su mente. Se obligó a tranquilizarse. Tenía que hacer algo, pero
rápido. No tenía tiempo de sobra. Se arregló torpemente el pelo y salió del
baño.
Camino
rápidamente hacia la derecha del salón en dirección contraria a las mesas,
buscando una salida, pero cuatro figuras se dirigían directamente a él, dos de
frente, y una de cada flanco. Se volvió hacia la izquierda, donde estaba el
patio con las mesas, desesperado ante la evidencia irrefutable de que venían a
detenerlo.
La
mesa flotante aun esperaba allí, con sus tres amigos conversando y bebiendo.
Se
subió de un salto, y presionó repetidas veces el botón de circulación, y la
mesa volvió a elevarse. Las personas que le seguían corrieron, pero fue tarde.
Ya estaba fuera de su alcance.
Había
ganado un poco de tiempo. Se aferraba al borde de vidrio de la mesa, mirando
para ambos lados, buscando un plan. Sus amigos lo miraban sin entender. Una
alarma empezó a sonar en la mesa. Pequeñas luces rojas comenzaron a parpadear y
a vibrar por doquier.
Mislav,
desesperado, con los ojos desorbitados, comprendió que era el fin cuando la
mesa comenzó lentamente a volver a la plataforma central, donde lo esperaban
más de diez personas.
Una
resignación comenzó a envolverlo, causándole un escalofrío. Quiso decir algo,
pero un nudo en la boca del estómago lo había convertido en piedra. En un
segundo que pareció durar un siglo, se vio a sí mismo rodeado de máquinas,
robots y cámaras. Recordó fragmentos de su niñez, del día en que su madre lo
envío a la institución unificadora, y jamás volvió por él; el grupo que había
formado con los compañeros de desarrollo de software de seguridad, que jamás
volvieron a verse luego de la muerte de Clarence; por último, esa conversación
con Byron en la playa, envueltos en viento y bruma intensa del furioso mar, con
arena en los pies y el contacto del pasto seco en las yemas de los dedos. Casi
agradeció ese desfasaje temporal, esos retazos de emociones que volvieron a él
en el momento justo, como un talismán sagrado, que nunca traiciona, que no
conoce la mentira o la oscuridad.
—A
veces uno tiene que saber sacrificarse con tal de que los ideales en los que
cree consigan una victoria. —dijo en
voz alta, como para sí mismo, con la vista perdida, ante la mirada de confusión
de sus amigos.
Sin
decir nada más, sus dedos se tensaron sobre el borde de la portezuela. Alzó su
pie derecho, lo usó de palanca para subirse a la barandilla de vidrio. Tomó
impulso y saltó.
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