Ciudad de Berlín, Capital del Gran Imperio Alemán
Año 3029
1ro de Agosto. Día de la Gran Final
5:27 A.M.
15:33 Horas para el inicio
Caminaba por
un interminable pasillo gris con forma octogonal. El suelo y el techo
irradiaban luz neutra, con finos bordes de un tenue resplandor turquesa. Las
paredes vidriadas dejaban entrar la negrura azulada de una noche que empezaba a
fugarse y dejar entrar los primeros rastros del alba, interrumpido por enormes
trazos de una ciudad magnánima, de formas casi absurdas, infinitas.
Gunter era
un sujeto pequeño y delgado de unos cuarenta años, de diminutos ojos negros,
rostro serio y un escaso pelo corto del color de la paja vieja. Avanzaba a un
paso rápido mientras revisaba en su visor los archivos que iban llegando con
los datos de las confesiones. No tenía tiempo para mirar la ciudad. Ni siquiera
para aquel amanecer absurdamente bello rebotando y amplificándose en los
millones de edificios gigantes. Estaban allí ayer, estarían allí mañana. El
trabajo apremiaba.
Otra noche
sin dormir. Era una situación habitual en relación a su cargo de Supervisor
General de Asistencia al Ciudadano, aunque últimamente se había hecho
costumbre. Eran días agitados porque todo el esfuerzo puesto en el Torneo
estaba a punto de culminar. Hoy era el gran día. La Gran Final. Se equivocaría
si pensaba que alguno de sus colegas había dormido algo en los últimos tres
días. No con Betty respirándoles en la nuca. Pero no había tiempo para quejas.
El recto
corredor se alzaba sobre el vacío, a más de dos mil metros de altura,
conectando la Fénix Sur con la Norte. A veinte pasos se encontraba un cruce con
el pasillo transversal que llevaba al Edificio Clarke.
A su lado
centenas de otros trabajadores le acompañaban en su andar autómata por los
pasillos las oficinas administrativas. Desde los costados, personas eran
tragadas o vomitadas por ascensores casi imperceptibles. Todo se desarrollaba
con un silencio y una mecanización asombrosos.
Mientras
caminaba, contestó decenas de mensajes de Betty, la Supervisora en Jefe.
Reportaba directamente a Dick Gorka, lo cual daba cuenta del altísimo rango que
tenía. No quería imaginar lo que sería reportar directamente al Jäger. Tenía
fama de implacable. Imposible de satisfacer. Pero suponía que ese era el precio
de ser el gobernante en jefe de aquel imperio.
Una gran
cantidad de gente pasó hacia la derecha, izquierda, adelante y atrás, sin
tocarse ni chocarse. Todos concentrados. Todos ocupados. Humanos actuando como
máquinas. Vestidos como máquinas. Gunter siguió de largo hasta su oficina, que
estaba doblando a la derecha en el primer transversal.
Una parte de
la pared tenía unas finas ranuras, apenas distinguibles por un fulgor que se
asomaba a través de ellas. Una plaqueta con su nombre marcada con letras
luminosas naranjas centellaba levemente en la puerta, que al sentir su GPS-ID
frente a ella, se abrió instantáneamente.
Dos enormes
pantallas cubrían las paredes, al frente y a la izquierda, ambas con gráficos
en constante actualización y una planilla de datos que constantemente avanzaba,
como una catarata perpetua. Abajo, un escritorio combado lleno de comandos
luminosos se ubicaba frente a las pantallas junto a una cómoda silla ergonómica
flotante de un color hibrido entre el negro y el gris metálico.
Se recostó
en ella y cerró los ojos diez segundos. Mierda que era cómoda. En su mano tenía
una nueva tanda de resultados. El reporte final era en tres horas. En la parte
superior figuraba una nota general y el gross margin: nuevamente buenas
noticias. Siempre es bueno comunicar buenas noticias.
La
Administración estaba haciendo esfuerzos descomunales para mantener a la
población dentro de los parámetros normales. Una ciudad de tantos millones de
ciudadanos en tan poco espacio no podía dejarse librada al azar para que auto
regulara. Era fundamental controlar cada aspecto, cada variable, cada
alteración.
Lo que no
podía dudarse era el tremendo éxito del Torneo. Aún en las tres instancias
eliminatorias, antes de la final, ya podía hablarse de un éxito sin
precedentes. Las críticas al sistema habían caído un 60%, y un 1890% si se
evaluaba sólo a los ciudadanos del nivel superior.
Las ideas
subversivas también habían caído, junto con las confesiones que expresaban
algún tipo de crítica a la Administración y a la Nación Alemana.
Por otro
lado, se observó un crecimiento notable en las búsquedas de recompensas de puntos
para calificar mejor dentro del Ranking para la compra de entradas y lograr
conseguir un cupo. Todo esto se traducía en mejores conductas de los
ciudadanos, desesperados por sumar puntos hasta en las pequeñas facetas de su
vida. Reducción del consumo de agua. Más horas de voluntariados. Mayor
eficiencia en los traslados.
El sistema
de puntos era magistral. No tenía gasto alguno. La Administración, junto con el
SiGOC, los gestionaba a gusto y placer. Los sujetos se regían por él, vivían
por él. Era una manera perfecta de tener controlados a los usuarios.
En los
charts sobre consumo, se observaba claramente un crecimiento en las compras
irreflexivas y los actos irracionales, guiados por la ansiedad. El índice de
correlación entre la cercanía del Torneo y las compras no relacionadas a ningún
aspecto rastreable de la vida del sujeto eran de 3.99, un numero realmente
ridículo.
Las
confesiones por paranoia, stress o insatisfacción decrecieron un 921%, aunque
aún se mantenían altas. Los sujetos parecían tener algo con que entretenerse y
dejaban de preocuparse por el futuro o la falta oportunidades. Parecían
necesitar entretenerse.
El que ideó
este Torneo sí que es un genio, pensó Gunter, deseando ser él lo
suficientemente inteligente como para aportar alguna medida al sistema que lo
posicionase mejor entre los empleados de la Sección de Control Ciudadano. Sin
embargo, su cabeza estaba seca como un pozo en el desierto. Tal vez algún día,
pensó, tal vez algo se me ocurra y puedan destacarme, darme una distinción, una
placa al menos. Preso de esa melancolía, le dio una revisión final al reporte y
presionó “enviar”.
Esperaba
poder relajarse unos minutos, pero la respuesta no tardó más de un minuto, con
ese sonido característico de los correos de Alta Importancia. Apenas lo oía, su
mente borraba cualquier otra cosa que pasará por ahí, se incorporaba y ponía un
rostro serio, nervioso. Sus amigos se reían mucho cuando lo hacía, cuando
recibía un correo mientras tomaban algo o charlaban. A él no le hacía gracia.
Era una reacción involuntaria. Aparte su trabajo era trascendental. Solo los
altos cargos entendían la importancia de las responsabilidades para con el
Software General.
Respuesta
automática. Las máquinas que administran la ciudad nunca tardaban en procesar
una contestación. Tenían todo pre-seteado. Esa política del No-Waste fue
llevada a extremos insospechados. Creo que ni los programadores originales
imaginaron que iba a avanzar tanto. El tiempo como un recurso preciado lo había
cambiado todo.
Leyó la
notificación: “Trabajar entonces con un enfoque cualitativo en casos que estén
particularmente desencantados con el Torneo. Buscar motivos, causas, y posibles
planes de acción para remediar la apatía. Hacer un corte cada veinte casos,
dividido por región, estrato y nacionalidad de procedencia. Se espera un
informe dentro de dos horas”.
Más trabajo,
pensó Gunter. Que felicidad. Como si no tuviese suficiente con el reporte final
que esperaba Betty y la carga de todas las incidencias. Malditas máquinas.
Nunca una felicitación. Nunca un cumplido. Siempre pidiendo nuevas tareas.
Mejor se
ponía a trabajar cuanto antes, o de lo contrario no llegaría con los tiempos.
Abrió la base de datos, filtró por la variable Tipo_de_Espectador,
seleccionando la categoría “Desencantado”.
La pantalla
de la derecha comenzó a correr los procesos, mostrando los códigos en cascada.
Fue leyendo las operaciones. Seiscientos efectivos en Los Bajos. Podría haberlo
anticipado. Que más: un 90% vio con poca concentración las fases iniciales del Torneo.
Casi el total de los casos están etiquetados como Insatisfechos_generales con
el sistema.
El proceso
terminó mucho antes de lo que esperaba. Cuatrocientos mil IDs. No eran tantos
desencantados como hubiese esperado en una ciudad de mil millones de personas.
Gunter
suspiró pesadamente, se pasó las manos por la cabeza, la frente, se apretó los
ojos. Mejor tomar el toro por las astas desde el comienzo. Cuando antes
empezara, antes terminaría.
Pidió una
bebida en el escritorio inferior. Algo fuerte, que lo levante un poco. A través
de un sistema central de distribución por propulsión, le enviaron su
energizante de sabor amargo y un toque de menta. Una pequeña ranura se abrió,
mostrando su pedido.
Le dio un
sorbo rápido y la apartó a un costado. Se acomodó en la silla en posición
vertical, y empezó por el primer caso del listado: Jill Miriandor.
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