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miércoles, 19 de diciembre de 2018

Capítulo IV. Carlos Luna retira un sueño de la máquina

Capítulo IV. Carlos Luna retira un sueño de la máquina



Ciudad de Berlín, Capital del Gran Imperio Alemán
Año 3029
1ro de Agosto. Día de la Gran Final
7:50 A.M.
13:10 Horas para el inicio

Dos sujetos esperan en la fila del repartidor de sueños. Delante de ellos, un tercero selecciona opciones en un aparato con una pantalla y una boquilla de donde salen unas pequeñas cápsulas.
—Jill Miriandor, N° de Identificación RH1908183. Un sueño erótico, por favor. Dos varones y dos mujeres, situación aleatoria.
Un techo de vidrio cubría la fila de personas que esperaba. Ligeramente inclinado, el material trasparente iba formando rombos y triángulos, de manera que cubría una vasta superficie formando un gran invernadero. La luz del nuevo día se colaba por la estancia como un manto cálido. Del otro lado, el jardín gigante de edificios crecía como regado por el mismísimo dios y recortaba la luz del sol.
El amplio domo se mostraba despejado, con pulcras plataformas, espaciadas una de la otra, conectando distintos niveles que se entrecruzaban. Algunas personas caminaban pausadamente por los pisos. Discretas pantallas a los costados mostraban noticias y publicidades. Un murmullo leve circulaba prolijamente por el recinto. Nada estaba fuera de lugar. El orden era tan magnánimo que casi asustaba.
La caricia cálida de la luz matutina coloreaba levemente los blancos, grises y ocres de las estructuras. Algunos destellos de las pantallas y los botones se esparcían por la sala como pecas en un rostro, apareciendo y desapareciendo, siempre en silencio.
Como pidiendo permiso, retazos de color celeste aparecían en lo alto a través del gran ventanal.
—Qué raro que en esta ciudad todo funciona bien menos las entregas de sueños, ¿no?— comentó una de las personas que esperaba atrás.
—Oye, que no estamos en el nivel uno. En el nivel intermedio algunas cosas fallan. Pero eso sí, no oirás a nadie quejarse— Contestó otro.
— ¿Tampoco puedes dormir? —dijo el primer sujeto, un varón adulto de mediana estatura, tez morena y un enrulado pelo negro.
—No, ya ves. Siete de la mañana y no pegué un maldito ojo en toda la noche. —replicó el otro, un muchacho bajo de pelo corto y piel oscura. —Si sigo así no voy a llegar atento a la hora del Torneo. Así que me llegó una noti del sistema que me tome un sueñito para dormir hasta las 19hs.
Uff, sí, estamos todos igual, contando las horas. La ansiedad te mata. ¿Cómo crees que va a salir?
Y, es difícil. Me decanto por la Bestia. Ese ser mitológico, o lo que sea que es, nunca vi nada tan brutal. Dicen que lo encontraron petrificado en una gruta, en medio del océano. Lo revivieron con técnicas moleculares de avanzada, o eso tengo entendido. Vaya a saber de qué época es. Ese ser no debería estar vivo. Debe haber crecido luchando con animales gigantes, no sé, pero hasta ahora nadie pudo hacerle frente.
Sí, es implacable. Pero no creo que gane. Ya viste como le costó pasar al Golem en semis. Cuando se enfrenta a seres más fuertes que él, no tiene mucho ingenio para buscar otra salida más que el combate cuerpo a cuerpo. Me inclino por el Vampiro. Ese sí que está loco.
Sí, pero nadie quiere al Vampiro. Sería realmente un caos si ganara. Cientos de suicidios, no menos. La gente va a pedir reedición. No quiero que gane, me estremezco de solo pensarlo. Es cruel.
Exacto, no lo dudo. Pero es el más despiadado a la hora de buscar tácticas viles para ganar. Lo que le hizo a la pobre Ninfa en cuartos… dios. Aun me persiguen en sueños esas imágenes. Amenazarle de esa manera a la familia, obligarla a que se haga daño a sí misma, es una tortura psicológica. Sí, es despiadado.
Se produjo un silencio entre ambos, probablemente generado por el recuerdo de las demenciales imágenes suscitadas por el recuerdo de las semifinales del Torneo.
— ¿Cómo te llamas? — preguntó el muchacho bajo, para cortar el sinsabor de aquellas memorias.
—Carlos Luna, encantado. —respondió el muchacho de rulos.
— ¿Americano?
—Sí, pues. De Colombia. O lo que queda de ella. Y pronto va a desaparecer incluso de nuestras memorias si siguen con tantas restricciones y nombres nuevos para aprender.
—Tal cual, es lo que yo digo. Nos llenan la cabeza con nombres de estrellas, de estaciones espaciales, hasta de los nombres de los grandes edificios de la zona. Y de dónde venimos, nada. Eh, un sueño erótico por favor. Solo hombres, gracias. —le dijo el segundo sujeto a la máquina del mostrador cuando llegó su turno. Una inscripción rápida apareció en la pantalla, solicitando el ID. Al posar su pulgar sobre el láser, una bandeja se deslizó con la cápsula del sueño pedida. —Me llamo Guille Arriaga. De Paraguay.
—Ah, que bien. Hermano Sudamericano. ¿Dónde ven el Torneo? —Se volteó hacia la pantalla —Un sueño marino, por favor.
—En uno de los bares de las afueras. Los del centro van a estar…, que ni te digo.
—Seguro que sí. Yo por suerte ahorré unos puntos y canjeé la transmisión exclusiva. Un lujo, ¿no? Te invitaría, pero ya tengo invitadas a tres personas y sabes cómo son con las cámaras, en cuanto se enteren que tengo más gente en casa de lo que permiten las entradas, me cancelan la transmisión, me mandan a los robos y me cortan toda la vaina.
—Sí, ni lo digas, chera. Pero claro, no se puede decir nada o ya empiezan a sacar puntos. Aunque supongo que esto es mejor que vivir entre los escombros de nuestros pobres países. —El sujeto miró la hora en la pulsera que tenía en la muñeca —Bueno, me voy a casa a ver el sueñito este y a dormir nomás, que se viene una noche por demás interesante.
El pasillo daba a un amplio salón vidriado. A los costados distintas puertas de ascensores se alineaban, interminables.
Sobre el piso, largas líneas iluminadas marcaban las zonas de precaución, que ordenaban la circulación de los ciudadanos. Del otro lado, dos rieles con pequeñas esferas ovaladas esperaban pasajeros.
Guille tomó una de las esferas transportadoras y entró. La esfera se cerró tras de él, y al instante se opacó. Luego siguió su camino por uno de los rieles, y en la primera curva, viró hacia abajo. Carlos esperó su lugar en la fila; en menos de cinco segundos, otra esfera vino suavemente hasta el andén y abrió su puerta, sin hacer un solo sonido. Carlos se subió, se sentó en el cómodo asiento, acolchonado con un material esponjoso y aterciopelado, de tono gris oscuro, y la puerta se cerró tras de él.
La esfera comenzó a moverse lentamente. —Hasta la Torre Toyne —Dijo Carlos. El vehículo tomó cierta velocidad, sin que se notara dentro, salió del recinto pasando por un corto túnel, y luego la ciudad se abrió completamente ante él. Había decidido no opacar su esfera, que se mantenía transparente para apreciar la vista.
El gran campo de edificios centelleaba con las luces del sol naciente de aquel día histórico. Cientos de rieles se alineaban para luego dividir sus caminos hacia las distintas rutas de la inmensa ciudad. No había lugar a donde no llegaran aquellos diminutos rieles, y podían cruzar grandes distancias en pocos minutos, sin jamás atascarse.
La esfera de Carlos comenzó a trepar un inmenso edificio en busca de la ruta más corta para llegar a su destino. Estructuras, ventanas y pasillos abovedados pasaban a toda velocidad a sus costados mientras la esfera dejaba  todo atrás. En el mundo exterior no había nada aparte de los edificios. No era seguro por la contaminación, y la Administración no permitía la libre circulación de ningún tipo de artefacto volador. Los edificios se elevaban interminables a lo alto y a lo ancho, así como profundos túneles mostraban la profundidad de la estructura de los niveles sub cero. Enigmáticamente, no se veía un solo ser humano en todo el paisaje.
El vehículo tomó un camino rodeando media circunferencia de la Torre Oscura, el mayor edificio del imperio: una torre circular que besaba el cielo, construida con un material oscuro que rechazaba todo tipo de luz. Era incluso mayor que El Dedo de Steiner, considerado como la mayor referencia de la ciudad por su increíble construcción y su locación céntrica. La Torre Oscura estaba reservada a altos cargos de la administración, y a las familias más acomodadas: los ciudadanos de primera categoría o nativos alemanes vivían en las partes altas de los mejores edificios, en grandes pisos vidriados y amplias vistas; las capas medias compartían parte de esos recintos respirables, pero no tenían completo acceso, y muchas veces tenían que atravesar campos de aire no purificado, montándose sus trajes y máscaras para evitar enfermedades. Las clases bajas, los que vivían en Los Abismos, tenían casi un setenta por ciento de ambientes no habilitados; prácticamente tenían que andar siempre con el traje encima.
La mayoría de los americanos que dejaron entrar al imperio luego de la catástrofe habían sido registrados como ciudadanos de tercera categoría, y vivían en Los Abismos, como les llamaban vulgarmente a todas las propiedades que estaban al nivel del suelo o por debajo.
Su calidad de vida era penosa. Los trabajos eran más arduos. Los controles más férreos, las recompensas mínimas y los castigos severos. Ante cualquier traspié o infracción estaba la amenaza latente de ser deportado, y nadie quería volver a las ruinas de América o probar suerte en la salvaje Asia.
Los de tercera categoría estaban fuera del nivel de cápsula de contaminación, así que tenían que vivir enmascarados. Los ciudadanos de segunda categoría en adelante, tenían más facilidades. Había grandes complejos de aire respirable, y si uno se mantenía dentro de ellos no tenía que ponerse la máscara durante meses. Las comunicaciones entre complejo y complejo también estaban salvadas, eran grandes tubos aislados por los cuales el aire era limpio. Y también ayudaban las esferas transportadoras, que lo llevaban a uno a todos lados en ambientes completamente herméticos. Si uno se tomaba el transporte en un lugar puro, y se bajaba en otro, no había problemas.
De hecho, algunas personas que vivían en grandes complejos de edificios, de las clases más altas, en toda su vida no salían jamás al exterior. Los entornos eran básicamente ecosistemas sustentables, donde el sujeto tenía todo lo indispensable para vivir, trabajar, comer, entretenerse, sin necesidad salir. Los edificios tenían tantos pisos, instalaciones y conexiones que a uno no le alcanzaba la vida para recorrer todo lo que había en ellos.
La cuestión era tener acceso a esos complejos puros, ya que no todos estaban habilitados. Carlos había procurado hacer buena letra desde el principio, lo que le permitió ascender a ciudadano de segunda, pero no era fácil mantenerse: el sistema lo estaba poniendo a prueba a uno todo el tiempo.
La esfera, entretanto, siguió su eficiente recorrido por la extensa red de rieles. Después de bordear la parte exterior, uno de los grandes edificios la tragó, y la esfera siguió camino por las entrañas de la gran ciudad, donde durante unos segundos no se veía más que oscuridad, hasta que nuevamente se hizo la luz y su vehículo emergió hacia un amplio hall de aire respirable, donde había no menos de treinta ascensores que transportaban gente a distintos recintos.
El globo transparente se detuvo y le abrió la puerta; no habían pasado más de cinco minutos. Carlos descendió y atravesó el hall, en busca del ascensor que lo dejaba en su habitación.
En el radiante recinto transcurría todo con una parsimonia adormecedora: apenas unas pocas personas caminando lentamente o mirando sus pantallas y algunas mesas y sillas dispersas. En los costados, algunas tiendas mostraban sus productos, los cuales se canjeaban con los puntos de la buena conducta y las tareas comunitarias.
Carlos divisó la seña del ascensor que subía hasta lo alto de la Torre Toyne, y siguió la indicación hasta la puerta del ascensor.
Se subió y posó su pulgar en el identificador. El ascensor captó el piso donde él vivía y automáticamente se puso en marcha. Mientras subía a razón de cincuenta pisos por segundo, revisó sus notificaciones; nada importante. Nuevos recordatorios del Torneo. Lo embriagó la emoción, pero debía esperar todavía unas horas, y que mejor manera de pasar el tiempo que entregarse a un sueño seleccionado a voluntad.
El ascensor se detuvo y lo arrojó  a un pulcro pasillo, completamente desierto. Caminó unos metros y una puerta identificó su GPS-ID y le abrió. Su piso constaba de una pequeña habitación en lo alto de una torre, relativamente alejada del centro, más allá del tercer nivel de anillos hexagonales.
Se disponía a acostarse y aplicarse la pastilla del sueño cuando algo en la vista exterior le llamó la atención. Del otro lado del edificio, a través del pasillo, en la Torre Wutten, unos colores vibrantes, dibujados sobre una ventana, llamaron su atención. Los pigmentos flúor destellaban claramente en contraste con el predominante gris que bañaba los edificios. Un sujeto las pintaba.
Al aguzar la vista, incluso le pareció ver detrás del sujeto una sombra, con forma humana, o acaso un fulgor.
Se dio cuenta que necesitaba dormir.
Se volvió hacia su cama y se acomodó; se colocó la ficha en el plug de la mano, esperando perderse entre el sonido del mar y el olor a sal. El viento pegándole en la cara le recordaba días de su infancia, en los que salía a navegar con su abuelo. El constante flujo de las olas, imperturbable, interminable, era lo único que lo relajaba realmente. Se preguntó, antes de perderse, si se podía ahogar uno en un sueño, y qué pasaría entonces.


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