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miércoles, 19 de diciembre de 2018

Capítulo XVI. Henry Gibbs, un simple consumidor

Capítulo XVI. Henry Gibbs, un simple consumidor



Ciudad de Berlín, Capital del Gran Imperio Alemán
Año 3029
1ro de Agosto. Día de la Gran Final
19:33 P.M.
1:27 Horas para el inicio

Una hora con veintisiete minutos. El momento llegó. Que placer. Saboreo esta sensación con plena conciencia. Es un buen día para estar vivo.
Me desperté hace unas horas, sin poder dormir más de la emoción. Me sobraba algo de tiempo, así que preparé un paseo. Me peiné detalladamente, simétrico, con el flequillo hacia atrás, terminando en una punta en espiral hacia la izquierda.
Preparé mi mejor traje y me dispuse a salir, con el tiempo calculado para llegar justo una hora antes a la casa de Irma Roschilde Mayers.
Sé que hoy no tengo tiempo para divagues, pero me tenté con gastar algunos puntitos extra con motivo del Torneo. Ya pagué con anticipación la transmisión con el comentario de Herr Timeus, Irma y su hermana Margaret ya canjearon una comida especial más las bebidas, y hasta preparamos asistencia psicológica por si terminamos muy alterados, tal como recomendó el boletín semanal días atrás. Es que, vamos, no sé cómo podría reaccionar si gana el Zombie acorazado, ese maldito monstruo de ultratumba. Pensamientos felices, Henry, pensamientos felices. Una victoria del Hombre Desintegrado. Un vuelo triunfal por el Domo, cargando la copa.
Así que, estando todo listo, con la satisfacción de que el plan perfecto está diagramado con antelación, armado con precisión y listo para ser ejecutado con determinación, esperándonos, me doy un paseo por el shopping Twisted Mall, victorioso y orgulloso; no sé qué estoy buscando, pero estoy de buen humor, así que el cielo es el límite. Usualmente no cometo estos actos impulsivos, a la deriva, pero me siento exultante, pomposamente feliz. Así que me levanté y me dije: “Henry Gibbs, te mereces un regalo”. Tal vez un traje nuevo, o una planta, o el pase libre para la semana de museos multipragmáticos en el complejo de Múnich de aire respirable, Spa & Relax.
El shopping del tercer piso del nivel superior es realmente precioso. Con una arquitectura creativa, presenta una serie de angostos pasillos que dan al costado sur de la torre Epson, a lo largo de ciento once pisos escalonados que van sobresaliendo de la estructura de la torre como un brote cristalino.
Usando ángulos vistosos y secuenciados que generan una trama entre los distintos niveles, también está dotado de un gran ventanal con distintos tonos de vidrio, que van armando un entramado geométrico que juega entre las formas, sombras y luces, y otorgan una vista majestuosa a ambos lados de la ciudad. La escalera te lleva hacia arriba pero las estructuras laterales caen en espirales y diagonales, generando una sensación inversa, y revelando de a poco el basto mar de edificios a través de los ventanales.
Es un placer disfrutar del orden de una situación en donde todo está donde debería y las cosas se acomodan a la perfección en su orden natural.
Había pensado dirigirme inicialmente al área de ropa de ejercicio inteligente, para ver aquella promoción que me agendé la semana pasada. Gastando más de diez mil puntos aquí, solo para compradores del pack de transmisión oficial Timeus Premium, descuento de 25% en próximas compras. A lo mejor puedo estrenar alguna prenda en el complejo de Múnich.
Me dispongo a entrar al local cuando, de repente, escucho un alboroto del otro lado del pasillo.
Un escaparate cae al suelo, generando un estruendo. Dos chicos pasan corriendo a toda velocidad, mientras dos torpes guardias resbalan tras de ellos, tropezando con las cosas que se había caído. Vienen hacia mí. Presa de la sorpresa, pierdo momentáneamente el raciocinio y la capacidad de reacción. Intento correrme para la derecha, pero uno de los dos dobla también en la misma dirección que yo. Me muevo a la izquierda ¡y éste hace lo mismo! Vuelvo a moverme a la derecha, pero ya es tarde. ¡PAM!
El mundo se me dio vuelta completamente. La ciudad giró hacia arriba y luego volvió a posición horizontal. Mis pies dieron la vuelta completa y mis zapatos volaron hacia el segundo nivel de escaleras.
Me caigo de espaldas. ¡Auch! ¡Dolor!
Mi cuerpo retumba contra el suelo. Me quedo inmediatamente sin aire, y es desesperante, intento inspirar, abriendo mi boca lo más posible, pero el aire simplemente no entra. Me duele terriblemente la parte de atrás de la cabeza y la imagen exterior se bambolea, sin que pueda hacer foco en nada.
¡Que hace esta gente corriendo así por acá! ¡Ayuda! ¡Guardias!
Estoy anonadado. Intento incorporarme, pero un rayo de dolor me recorre la espina hasta el cuello. Solo puedo ver el techo. Un mareo atronador me atonta. Abro bien grandes los ojos, tratando orientarme y ver a mis agresores.
El frío contacto del suelo se me cuela en el alma. No puedo levantarme. Espero que alguien me ayude pronto. Dios mío, ¡qué vergüenza! ¡Que nadie me vea así! ¡Que indecoroso!
Estos chicos no deberían estar acá. Les vi los rostros. Tenían los ojos rojos y las manchas en la piel características de los inicios de la enfermedad por contaminación. No eran ciudadanos de este nivel. Estaban colados.
Uno tenía el pelo rubio, enrulado y desprolijo, probablemente sucio, y facciones agudas. El otro tenía los inconfundibles rasgos de un habitante extranjero de origen árabe. Piel cobriza y ojos apagados, y un pelo negro, rapado a los costados, mal cortado.
Espero que el sistema haga algo sobre esto. Reforzar las medidas de seguridad, algún castigo ejemplar, ¡no sé!
Estoy escandalizado. No me lastimé, pero podría haberme herido de gravedad. O hasta muerto. Un mal golpe, una mala caída, y adiós mi vida, adiós el Torneo, adiós las compras.
No entiendo, ¿no deberían estar en su casucha preparándose para oír la transmisión gratuita o algo así? No entiendo cómo vive esta gente. Sin nada, sin salud, sin una vida previsible y saludable. Yo no podría dormir por las noches. No podría levantarme en las mañanas. La Administración debería rectificarlos, ponerlos en sintonía con el resto de la gente normal, educada y ordenada, que contribuye al sistema mediante una actitud dócil y colaborativa.
Eso o expulsarlos. Mandarlos de vuelta por donde vinieron, y que busquen una manera de morir que no moleste a nadie.
Es increíble. Estas cosas pasando en el siglo XXXI. Un minuto uno se dispone a gastar los puntos que ordenadamente ganó, cumpliendo las normas, acatando las funciones que el sistema pide a cada ciudadano, preparándose para una jornada memorable que viene proyectando hace meses, y en un segundo ¡estos mocosos le tiran a uno todo por la borda! Mi noche esta arruinada. Me duele la espalda por la caída. Estoy herido. Siento un leve mareo. Podría ser algo grave.
Se acerca alguien a levantarme. Estoy atontado. Me siento despeinado y sucio. Debo verme horrible. Me acomodo el pelo y la ropa con torpeza. Agradezco a mis ayudantes. La vergüenza me abruma, quiero desaparecer.
Miro hacia atrás, para ver a mis agresores. Escaparon del guardia que los perseguía saltando desde el nivel en que estamos hasta el de abajo. Son salvajes. Escucho carcajadas. Se están riendo. Tal vez de mí. Son personas crueles. Lo sé ahora con certeza. Burlando la seguridad de nuestras puertas a prueba de aire contaminado, perturbando la tranquilidad de nuestro mercado, después de que acogimos a todos los extranjeros a nuestra gran ciudad, dándoles cobijo de la contaminación y los terrores del mundo rural y de la crueldad barbárica de la naturaleza.
No entiendo como hay gente así. No lo entiendo y me desespera. No es muy difícil vivir ordenadamente. No es muy complicado acatar las normas. Si quieren ser barbaros, depravados, ordinarios, ¿No pueden hacerlo en su ámbito privado? ¿Acaso se ha perdido todo el sentido de la privacidad, propiedad y el respeto a las normas? Ya lo decían cuando yo era chico, la sociedad va en un camino irremediable, barranca abajo, hacia la perversión más morbosa, a menos que alguien haga algo por mantener a estas bestias bajo un régimen civilizado.
Espero que los agarren. Espero que paguen. Lo que voy a decir sonará feo, pero estoy dolido, es lo que pienso, me asqueo de mí mismo al sentirme tan despiadado, pero creo que es lo justo: espero que los agarren, los encarcelen, y no les dejen ver el Torneo.

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