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miércoles, 19 de diciembre de 2018

Capítulo V. Cami y Theobold, compañeros de piso

Capítulo V. Cami y Theobold, compañeros de piso



Ciudad de Berlín, Capital del Gran Imperio Alemán
Año 3029
1ro de Agosto. Día de la Gran Final
8:41 A.M.
12:19 Horas para el inicio

En la oscuridad, en una realidad inexistente, donde su conciencia se derretía en humo, un dibujo en su ventanal, y un poema:

veo imágenes,
sueltas en el aire,
imágenes sin fondo,
figuras aisladas de todo contexto;

veo formas que se mueven hacia mí,
veo un par de ojos amarillos,
veo una sombra
con forma de hombre
y un corazón negro,
muy antiguo,
que no es de este mundo,
ni le pertenece al hombre que la porta.

Veo retratos sin contorno,
no encuentro palabras para describirlos,
no entiendo mi mente.
¿Por qué me muestra esto?
cosas de otro orden,
cosas que nunca intenté ver.

Hay un rastro de sangre
suelto en un campo negro;
lo sigo con la mirada
y todo el resto de la imagen desaparece,
solo esta línea roja
solo esta huella de muerte
este presagio oscuro.
             
El trance se corta. Me alejo un segundo de la ventana. Una secuencia extraña se presenta ante mí. Detrás de las luces de la ciudad, mi dibujo se entrelaza con las tramas de las torres, los interminables puentes, la piscina flotante del Sunbeam, el edificio inclinado de Hofn, y todas las pequeñas cápsulas que como átomos minúsculos recorren toda la ciudad, sus bordes, sus contornos, sus interminables recovecos, alimentándola, dándole ritmo, vida. Entre toda esa imagen latente, dinámica, tamizada por la luz del sol, un mensaje secreto, encriptado, sobre una línea de sangre que iba trazando un mapa. Pero ¿un mapa hacia dónde? No estoy perdida. No busco nada.
A mis espaldas siento una sombra, o más bien una presencia. No me atrevo a voltear. Siento un cosquilleo en el vértice de la piel. Tomo un marcador, y me acerco lentamente a la ventana. Miro como la mano se vuelve portavoz de ese secreto urgente que alguien intenta contarme.
Un fulgor verde a mis espaldas. Me siento desfallecer, pero mi mano no duda, continúa marcando un diagrama que interviene mi dibujo y las palabras que allí había escrito. El color fluorescente surca la ventana con precisión, sin un ápice de duda. Apenas y tengo tiempo para entender lo que pasa. Un contacto de fuego empieza a calcinar mi brazo derecho. La mano sigue escribiendo y trazando líneas en la ventana, superponiendo todo con frenesí. Si esto tiene algún sentido, lo ignoro, pero no puedo parar; mi voluntad está atada, entregada.
El ardor continúa, ¡incluso se incrementa!, siento que ya no puedo soportar el dolor y la enajenación de este trance. La velocidad de las inscripciones aumenta cada vez más.
Finalmente, luego de una última ráfaga de anotaciones, todo terminó. Agotada por la desesperación, me sobrevino la certeza de estar sola de nuevo.
La oscuridad de mi habitación empieza a ceder al día. Las marcas de la ventana aun resaltan luminosas contra la oscuridad exterior. Las venas de mi mano ahora también fulguran verde. Veneno de Neptuno que es ahora mi sangre, es misterio efervescente recorriéndome por dentro, infectándome, poseyéndome. Cierro los ojos, y un dolor de cabeza parece estrujarme el cerebro repentinamente. Me duele horriblemente el brazo.
Suelto el marcador con repulsión, como si fuese el portavoz de palabras paganas e invocaciones abominables. El anotador cae al piso. Esta chamuscado y despide un humo pútrido y negruzco, que sube en extraños espirales hasta desaparecer ante mí.
Al notar que me conciencia regresa, me percato lo mucho que me arde la mano. Unas marcas como quemaduras muestran un dibujo con forma de llamas de fuego, que me quedó grabado como tatuaje en la parte exterior de la piel.
Siento que alguien a mis espaldas se acerca de nuevo. Estoy aturdida. No quiero mirar. Cierro los ojos con fuerza.
Una mano me toca. Grito.
Theobold me mira, extrañado. —Me despertaste otra vezdice.
La luz del sol se cuela a través de los dibujos y hace un diagrama en el suelo, hermoso y cálido. No sé por qué, pero las formas y tonos que se generan me emocionan. No sabemos dibujar. No sabemos nada.
***
Cami no respondió. Tomó los marcadores de colores que había en el suelo y los arrojó contra la ventana, llena de letras y dibujos sin sentido.
—No sabemos nada, nada, nada. —murmura.
Se toma la cabeza con expresión desesperada. Sus manos aprietan su cien, como queriendo aplastar su cráneo; sus ojos parecen a punto de estallarle en las órbitas, mientras se bambolea en un gesto nervioso hacia adelante y atrás.
 Suspiré en silencio. Esto ya estaba yendo demasiado lejos.
Cami era una pésima compañera de piso: la habitación era un caos, las sabanas colgaban de la cama ubicada a un metro y medio del suelo, empotrada en la pared. La Administración ofrecía puntos extra por compartir el piso con refugiados y facilitar su adaptación, pero estaba empezando a pensar que no había sido una buena idea.
—Voy a desayunar, ¿quieres algo? — Dije. Otra vez no hubo respuesta. Como parecía apenas notar mi presencia, simplemente me volví y salí de la habitación.
Bajé por la escalera en espiral que comunicaba las dos habitaciones con el vestíbulo. El área compartida estaba mucho más ordenada en comparación. Me senté en la angosta mesa que daba a la pared, cubierta por una enorme pantalla que emulaba la vista exterior de cara a la ciudad, donde había dejado listo el desayuno.
Mientras saboreaba lentamente mi café, observaba la vista de la ciudad a través de la pantalla, que mostraba la imagen con una calidad tal que casi parecía una ventana. Siempre me había fascinado eso, la sensación de grandeza que me agarraba de sorpresa a veces cuando sentía que tenía un piso con reales ventanales en la sala.
El paisaje mostraba una ciudad interminable, impoluta, sin un solo movimiento. Solo a lo lejos, pasando la Colina del Tuerto, se veían algunas naves volando por el espacio aéreo de la ciudad. La Gran Alemania era uno de los pocos Grandes Estados que prohibía la libre circulación de naves. Siempre me pareció una gran decisión. Aquí la movilidad y el transporte estaban muy regulados, pero la ciudad era extremadamente ordenada y cómoda, estéticamente pulcra y con vistas despejadas, que transmitían una sensación de paz abrumadora. Casi pareciera una ciudad sin habitantes.
Nada de sujetos circulando como moscas, esquivándose, generando accidentes a diestra y siniestra, ni carteles de publicidad omnipresentes y opresivos. Nada de embotellamientos, nada atascos, nada de publicidades engañosas, nada de excesos.
Todas las vistas eran lisas. Grandes planos de colores uniformes se extendían sin fin sobre las distintas superficies que mostraba el paisaje, y la única expresión de caos eran las nubes del cielo y los colores que se formaran allí.
La claridad de la mañana se colaba por la escalera y me transmitía una serena calma. El departamento estaba diseñado con un sistema de luminosidad inteligente utilizando una astuta combinación  de claraboyas y espejos, y no necesitaba iluminación durante el día.
Disfruté mi desayuno en calma, y luego me dispuse a revisar el boletín de notificaciones matutinas y otras alertas de calendario. Recordación del Torneo. Como si pudiera olvidarlo. Hacía meses que tenía fijo un medidor en la pantalla principal contando las horas y los minutos.
En medio de la pantalla central con la vista del paisaje abro una ventana para ver las noticias del Gran Día. Nuevos estudios en Sudamérica sobre la grieta. Ese continente está perdido, no entiendo como hay gente que todavía se empecina en vivir allí. Entre las ruinas, los temblores, y las criaturas descontroladas, sería un milagro sobrevivir más de una semana.
De todas maneras, mejor así; aquí no tenemos más lugar para acoger extraños. Bastante caos hay ya entre los alemanes, el resto de los europeos, los robots, las máquinas y los puntos.
Me pregunto porque un terremoto así sacudió la tierra. Tal vez el mundo se cansó de los humanos y está tratando de exterminarnos. O tal vez el mundo no necesite motivos. Simplemente pasó. Los asistentes de las confesiones siempre dicen “no hay que preguntar tanto. Preguntar a veces hace daño”.
Pasa un comercial del Torneo. Pantallazos de las instancias previas, imágenes de la Bestia, el Tiranosaurus Magnus, los fabulosos Elfos. ¡Dios mío, el regreso de Hombre Desintegrado! ¡Esto va a estar bueno! ¡Ya casi! ¡Ya casi! ¡Ya casi! Horas nada más. Es el evento de la década, del siglo. Nadie en su sano juicio lo olvidaría.
No aguanto la hora de que empiece. Ojalá tuviese entradas. Creo que en breve van a mostrar algunas imágenes desde dentro del estadio. Mucha de la gente ya ingresó.
Tengo que ir a trabajar, hacer mi parte rápido, y esperar que me dejen salir con tiempo para hacer la previa.
Me visto mientras miro la ciudad. Desde el piso mil quinientos ya casi no se ve el nivel cero, el suelo, como se le dice, pero sí veo la gran plataforma intermedia de Tabolt Minigan. ¡Cuánta gente caminando en el Gran Hall! Me pregunto cómo se llaman, cuál es su procedencia, su destino. ¿A dónde van? ¿Quiénes son? ¿Dónde van a ver La Gran Final?
Luego de cambiarme salgo al pasillo y entro al ascensor que desciende hasta la plataforma de las esferas. La gente va escuchando sus correos y notificaciones. Actualizo los míos, a ver si entró algo importante sobre el Torneo. Las imágenes circulan ente mis ojos, sin que las demás personas del ascensor puedan ver algo. Nada interesante en mi bandeja de entrada.
Al llegar al piso 350, el ascensor frena y casi todas las personas bajamos al Hall Intermedio de la Torre Wutten. A diferencia de los demás días, hay tres personas esperando por las esferas transportadoras. Suele haber siempre stock de más. Evidentemente mucha gente se está moviendo para juntarse a ver la previa.
Luego de esperar poco más de un minuto, entro a la mía e indico la dirección. —Museo de La Nueva Ola, por favor.
Me acomodo en el asiento mientras el globo comienza a moverse a través del riel. Los viajes en esfera son alucinantes. Pequeños óvalos transparentes acogedores como un útero. Nunca hay que esperarlas, siempre están disponibles, se pueden tomar en cualquier lado, te bajas donde te plazca. Basta con indicarle el lugar y relajarse. Las velocidades superan los cuatrocientos kilómetros por hora, pero adentro apenas se siente. A veces uno viaja dado vuelta, o la esfera va girando en los distintos sistemas de rieles, pasando a algunos que frenaron, o doblando en una curva pronunciada, y uno en ese mismo instante puede estar viendo una película o durmiendo sin enterarse de nada.
Voy mirando como mi esfera se mueve hacia arriba, subiendo en vertical por la parte central del Edificio Chapmann. Por otros rieles en paralelo circulan otras esferas que van en dirección opuesta a la mía. En una de ellas veo que viene Mislav, un viejo conocido. Me saluda al pasar con un gesto, sin darme el tiempo suficiente a hacerme el dormido o disimular hacia un costado.
A los pocos segundos, me llega una comunicación. Cuando miro en la pantalla general de mi esfera, compruebo que es el ID del transporte de Mislav. Oh no, dios. La rechazo. No tengo ganas de hablar. —Operador, modo no-molestar, black out nivel ocho, música… ehh… una sugerencia de la casa para relajarme, volumen tres por favor, y del lado de adentro, un resumen con los resultados de la fecha del Futbol de Sala. Resúmenes comentados por Paul Violuten.
Me relajo, al tiempo que el mundo exterior desaparece lentamente del otro lado de la esfera. Viajar así es un placer. No quisiera llegar, pero hay que trabajar, colaborar con el sistema y sumar puntos; no se puede vivir en la anarquía.



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