Ciudad de Berlín, Capital del Gran Imperio Alemán
Año 3029
1ro de Agosto. Día de la Gran Final
11:00 A.M.
10:00 Horas para el inicio
Una
luz roja parpadeó un momento en su cápsula.
Mislav
paseaba recostado, viendo la ciudad pasar ante sus ojos como en un sueño,
cuando se percató de la pequeña lucecita roja que se prendió y se apagó. Se
detuvo un segundo a pensar en ella. Nunca había visto algo así. Una luz roja centelleando
intermitente en una esfera. Eso sí que era nuevo.
Sin
embargo, se dijo, aquel día no tenía tiempo para distraerse en ese tipo de
cosas. Fingió no advertirla y continuó mirando a través del vidrio ovalado,
justo en el momento en que Theobold pasó en dirección opuesta con su transporte.
Hacía
varios minutos que Mislav viajaba a la deriva por la ciudad. Había indicado a
su esfera ir en dirección al mirador Foster, luego hasta la Torre Clarke, y
finalmente hacia las afueras.
No
iba a ser un día fácil, y recién comenzaba. Pero no podía achicarse ahora.
— ¿Estamos un poco indecisos hoy? —Dijo la esfera — ¿Puedo sugerir una parada en un sitio tranquilo para pensar bien
a dónde quieres ir? Es importante ser eficientes.
—No, gracias. No quiero bajar.
—Entonces ¿A dónde lo llevo? ¿Tal vez a la
dirección de alguno de sus contactos? ¿A lo de Otto? ¿O quizás a lo de la bella
señorita Astor?
—No —contestó Mislav —Ya casi es hora. Sí.
Vamos a las colinas New Gate. Voy al
Estadio.
— ¿Estás seguro? ¿Tienes algún asunto que atender
allí?
—Nada en especial. Solo quería contemplar la
estructura, sentir la pasión por el evento de hoy a la noche.
—Sabes que no hay forma de entrar, y tú no
tienes entradas asignadas. ¿De qué se trata todo esto? —preguntó la máquina.
—Nada que te incumba. Cosas personales.
—Ok —dijo la esfera –Pero tengo que reportar
esto.
—Está bien, haz lo que tengas que hacer, no
quiero hacer nada extraño.
La cápsula tomó velocidad y se arremolinó por
un riel que cortaba camino hasta el Estadio a través de un oscuro túnel hacia
las profundidades de la tierra. Los edificios quedaron atrás en un parpadeo, y
súbitamente entró en una red subterránea de vías y canales, similar a un
inmenso hormiguero, donde otras esferas se movían en circulaban en todas
direcciones.
Tan pronto como ingresó, el vehículo tomó un
recodo y volvió a desaparecer virando a la derecha, luego bruscamente hacia
arriba, y el cielo se hizo visible de nuevo. A lo lejos, mientras la esfera
retomaba su posición horizontal, Mislav vio como progresivamente iba
apareciendo en el paisaje el imponente Estadio Central, en donde aquella noche
el corazón del imperio entero palpitaría en vilo por la Gran Final, en donde se
definiría la verdad.
El magnífico Domo se encontraba en la cúspide
de las Colinas New Gate: una serie de elevaciones artificiales levantadas en
una zona despejada de la ciudad. El Arquitecto General del Imperio Alemán no
había permitido edificar nada en dos kilómetros a la redonda, lo que componía
una imagen épica, un oasis de espacio despejado en medio de la concentración
urbana más densa del planeta.
En la parte central de las New Gate se encontraba vanguardista
complejo en donde se disputaría la Gran Final: un conjunto de desniveles y plataformas
abstractas, típicas de la Nueva
Arquitectura Alemana, iban formando los grandes salones previos al Estadio,
generando una sensación de expectación creciente mientras uno se iba acercando
cíclicamente a las gradas. En el punto más alto de las Colinas se encontraba,
imponente, el Gran el Domo de Batalla, coronando toda la construcción. Constaba
de un gran óvalo resplandeciente de aspecto metálico, entre cobrizo y violeta, adornado
en la parte baja por una serie de líneas luminosas que alternaban distintos tipos
de diseños e iban cambiando de color.
Mislav se mostraba inquieto en su asiento,
con la mirada perdida entre el estadio y los alrededores, mientras la esfera lo
acercaba más y más hasta la base del complejo. Una gota de sudor cayó por su
mejilla; estaba acalorado.
Aún faltaban unos minutos para llegar, cuando
de pronto apareció una llamada en la pantalla de la esfera. Era Byron.
Al ver su rostro en el visor, sumado la
vibración de la notificación, Mislav dio un salto en su asiento, presa del
nerviosismo. Antes de aceptar la comunicación, podía ver la vista previa de la
persona emisora y el lugar desde donde llamaba. El cabello enrulado de Byron volaba
salvajemente al viento, tapando sus huesudos pómulos, ojos pardos y cejas
pobladas; un cielo gris cargado de lluvia se agitaba con fuerza a sus espaldas.
A su lado, dorados pastizales se sacudían por el temporal. De fondo se
alcanzaba a ver el mar y su bravo rugido de espuma y sal. Mislav atendió la llamada
con desesperación.
—Hola
Mislav, amigo mío. ¿Cómo estás? ¿Todo listo?
—Dijo el sujeto del otro lado de la pantalla, con un inconfundible tono
irlandés.
—Byron.
Dios santo. Casi me matas de un infarto. ¿Dónde diablos estabas? Debías llamar
hace veinte minutos. Aquí me está matando la ansiedad. No puedo esperar. Es el
gran día, eh.
—Tranquilo,
hombre. Va a salir todo bien. Necesito que vengas un segundo conmigo. Tengo que
hablarte de algo. Es importante. Estoy en medio de algo grande, y creo que debes
verlo.
—
¿Es una comunicación segura? ¿No te están grabando?
—No
te preocupes, estoy limpio. De hecho, estoy solo, en el medio de la nada. Ni un
alma, humana o robótica en kilómetros a la redonda. Pero no puedo decirte más
en este enlace, nos están viendo. No vas a creer donde estoy.
—
¿Tienes un robot con vos para que entre en el modo de Realidad Sensitiva Nivel Seis?
—No, lamento decir. Tendrás que conformarte
con una conexión Nivel Tres y
enlazarte a mi ID así compartes lo que yo veo, oigo y siento. Ya te paso el enlace.
—Ok
Byron, pero rápido, estoy por llegar.
—Solo
tomará unos minutos.
—Muy bien
—Mislav se volteó hacia la parte superior del transporte ovalado. —Esfera,
notifícame cuando lleguemos a destino.
La
pequeña luz roja hizo un parpadeo, se intensificó levemente y volvió a desaparecer.
—Mislav, debo decir que todo esto es
muy extraño. Espero que tengas una buena explicación.
Mislav
hizo caso omiso a la advertencia, mientras se frotaba las manos con una
ansiedad cada vez más difícil de controlar. Un segundo después, una
notificación vibró en la pantalla mostrando el enlace con el código encriptado,
y en cuanto aceptó, una ráfaga de viento gélido le bañó el rostro y los
cabellos, como si de pronto hubiese abierto una puerta en un día de tormenta.
Los
ojos físicos de Mislav se pusieron blancos al tiempo que su percepción de metía
de lleno en la de Byron a través del Enlace
Sensorial Nivel Tres, que comparte toda sensación con el receptor. Todo lo
que la otra persona sintiese, oyese o viese, él lo experimentaría como si le
estuviese pasando a él mismo. Su cuerpo, apagado, seguía viajando por las
llanuras de las colinas artificiales de La Gran Alemania, dormido hasta que el
enlace se terminara.
A
los pocos minutos, la esfera había llegado a los pabellones inferiores del
Estadio.
Notificó
a Mislav, y este abrió los ojos, y volvió a percibir el interior de la esfera.
—Adiós
Byron, buena suerte. —Dijo Mislav —Esperemos volver a vernos, en mejores
circunstancias. Animo, y ¡hasta la victoria, compañero! Gracias por ese
precioso regalo.
—Gracias a vos por tu contribución. No será
olvidada. Solo recuerd… —La llamada se cortó abruptamente.
—
¡Hey! —Replicó Mislav — ¿Me cortaste la comunicación a propósito? Me estaba despidiendo
de mi amigo.
—Me
temo que sí. La conversación no fue aprobada por el comité de seguridad
internacional. Te acaban de agendar una entrevista de supervisión y una revisión
de antecedentes —dijo la voz que sonaba dentro de la esfera, con un tono humano
pero que de alguna manera se sentía ineludiblemente artificial.
La
cápsula se detuvo dentro de la gran recepción de aire respirable, un salón
altísimo, inclinado, lleno de pasillos y escaleras mecánicas. El bullicio y la
tensión por la expectación del Torneo era palpable, y a pesar de que faltaban
más de nueve horas, el lugar estaba repleto de gente.
—Como
sea… no tengo tiempo para esto —dijo
Mislav, fastidiado. —Vuelvo en un minuto. No te vayas.
Mislav dejó a su vehículo en espera y se bajó.
A los pocos metros volvió la vista hacia la esfera, con desconfianza. Caminó rápidamente
por el borde de una hilera de artefactos y mobiliario. Se movía con presteza y
disimulo; era un fantasma entre la multitud de perfectos extraños que circulaban
como hormigas a su alrededor, absorbiéndolo, volviéndolo anónimo.
Al llegar al final de un corredor, sacó un
marcador de su bolsillo, corrió una máquina expendedora, la única que había en
aquél pasillo, y comenzó a escribir nerviosamente una serie de números.
Cuando finalizó, volvió a poner el aparato en
su lugar con prolijidad, procurando dejarlo exactamente como estaba antes de
moverlo.
Inmediatamente, se volvió, abandonó el
pasillo lo más rápido que pudo, botó el marcador en el cesto más cercano y se dispuso
a regresar a su esfera.
—Listo. Larguémonos de aquí. — dijo una vez
dentro, luego de un suspiro —Vamos al Café Del’ aire.
La cápsula lo acogió silenciosamente y lo hizo
desaparecer otra vez, perdiéndose en el laberinto de túneles y pasadizos.
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