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miércoles, 19 de diciembre de 2018

Celda 6. Superhéroe


Celda Seis: Superhéroe


Ciudad de Berlín, Capital del Gran Imperio Alemán
Año 3029
1ro de Agosto. Día de la Gran Final
20:35 P.M.
0:25 minutos para el inicio

Cuando los canales de noticias publicaron la novedad, hace unos meses, nadie podía creerlo. El regreso soñado, señalado por las teorías. La última punta de la estrella. Era más que una señal. Era el destino.
Había vuelto. La verdad, yo no sabía que pensar. Lo había dado por muerto, como todos. El Hombre Desintegrado realmente se había desvanecido para siempre, como una especie de alegoría a su nombre. Creo que los superhéroes solían hacer ese tipo de cosas.
Pero ahora él volvía de entre los muertos para llevarse nuevamente la gloria del Torneo, redimirse, y ganarse nuevamente el corazón de la gente.
El héroe del pueblo regresaba para deleitar a su pueblo una vez más. El que nos libró de los villanos más temibles, el que sacó energía de donde no la había para sobreponerse, el que innumerables veces derrotó enemigos más fuertes que él.
La gente lo ama, es indiscutido; uno de los grandes favoritos.
Y no voy a ocultarlo: es mi favorito también.
Pero esto no debe volverme parcial a la hora de mi trabajo. Nada sale, nada entra. Esa era la regla. Era clara. Era simple.
Los recintos estaban bien armados. Eran seguros, impenetrables. Solo tenía que asegurarse de que nada este sucediendo fuera de lo normal. “Normal”, sin embargo, era una palabra un tanto inexacta a la hora de definir a las siete criaturas que tenían cautivas para largar en una jaula a despellejarse entre sí.
Pero volvamos a lo importante. Está de vuelta. Él está de vuelta.
El hecho de volver a verlo surcar el aire, de ver ondear su capa, me hace poner la piel de gallina. Todo aquello que nos habíamos resignado a ver solo en películas cobraba vida nuevamente.
El Hombre Desintegrado había vuelto. Un milagro impensado. Algarabía para millones de admiradores y fanáticos.
Sin embargo, había algo extraño. Una doble personalidad. O acaso una cuádruple. ¿Cuántas versiones de sí misma puede tener una persona? ¿Cuántos pueden convivir en un mismo cuerpo?
Nunca lo hubiese creído, hasta que lo vi. No todo lo que se muestra en sociedad es igual tras bastidores. Hay mucho engaño, mucha careta, mucho maquillaje. Todo producto necesita su envoltorio.
Cuando me encargaron por primera vez el control de la Celda Seis, hace cinco años, durante la edición anterior del Torneo, estaba histriónico, dando saltos de felicidad por todos lados, contándoselo a mis amigos. Iba a vigilar de cerca al Hombre Desintegrado. Mi héroe, mi referente. No podía creerlo.
En aquella ocasión, previo al primer día del control de la celda, apenas pude dormir. La emoción me invadía. En los vestidores del cuartel militar, los nervios y la ansiedad me volvieron torpes las manos. Deseaba volver a verlo con toda mi alma. No sé qué era lo que esperaba.
Sin embargo, cuando lo tuve cerca, lo noté inmediatamente: había algo muy diferente en él.  No sé si era su mirada, o simplemente su expresión. No era el mismo Hombre Desintegrado que se veía en las noticias. Había algo muy extraño en toda esa situación.
Los ojos joviales y burlones que veíamos en las pantallas no coincidían con esa mirada cargada de resentimiento y soledad que encontré detrás de la celda. La sonrisa fácil no coincidía con esa mueca desolada y rebelde. Se veía serio, callado. Hasta podría decirse que estaba amargado. Tenía una tristeza encima que le convertía la expresión en un gesto de odio y rabia mal guardada. Se notaba.
Nunca lo había visto así. Nunca se había mostrado así en público.
Pero aquello no era público; era lo que sucedía cuando caía el telón. La aguja detrás de la máscara.
Fue un duro golpe ver a mi ídolo así. El verdadero rostro del Hombre Desintegrado era un enigma que no podía resolver.
Antes de que pudiera procesar aquella dualidad, el tiempo hizo su trabajo, la rueda siguió girando, y el Hombre Desintegrado fue ganando una a una las instancias del Torneo, hasta consagrarse campeón. Y sin embargo, aquella victoria fue quizás la más amarga, pues apenas terminado el certamen, el superhéroe más querido por la gente se esfumó, y durante cinco años nadie lo volvió a ver.
Muchos lo habían dado por muerto. No tenía sentido aquella ausencia tan brusca, no había forma de explicarlo racionalmente con la información que teníamos. Los medios oficiales nunca dieron una explicación satisfactoria, y todo quedó envuelto en misterio.
Por eso fue que, cuando volvió, tampoco podía creerlo. Una parte de mí lo sentía como una segunda oportunidad, una revancha. Cuando me dirigí de vuelta para la Celda, después de los años que pasaron, algo en mi esperaba un cambio. Esperaba verlo como siempre se había mostrado en el exterior: jovial, radiante, atento, dispuesto, fácil para la risa. Galante con las damas. Dado para las cámaras.
Nuevamente me llevé una sorpresa. No solo que su expresión de odio había sumado un tono cruel y cínico, sino que su aspecto se mostraba notablemente desmejorado.
Estaba delgado, con la piel tenía de un tono verdoso, y el rostro ojeroso, colmado de heridas.
Vestía unos harapos viejos y gastados del color de la arena y la tierra reseca. Tenía la vista ida y una inconfundible expresión de locura. Se decía que había estado al borde de la muerte, que una pandilla de árabes lo había encontrado divagando en el desierto.
Yo estaba de servicio aquel majestuoso día, en que el Hombre Desintegrado retornaba al cuartel central de Alemania. Incluso vi como lo ingresaban a la sala de cuidados médicos: un cuerpo menudo y desgarbado era cargado por los hombros por dos guardias a través de un oscuro pasillo del complejo de máxima seguridad. Recordaba el sonido sordo que hacían sus pies al ser arrastrados por el suelo.
Tenía, cuanto menos, un aspecto extraño. Una sucia y desprolija mata de barba le cubría el rostro. Llevaba su pelo marrón oscuro muy largo, apelmazado y deforme. Y había algo más, algo inesperado: Una serie de misteriosos tatuajes que le cubrían la totalidad del cuerpo, desde los brazos, hasta el cuello y el rostro. Negras serpientes le reptaban por la piel dejando su rastro de sombra.
Un aura de incertidumbre rodeaba toda la situación. La Administración estaba tratando el tema con el máximo secretismo, manejando la situación con el equipo de Relaciones Públicas y los Ingenieros Sociales. Había una serie de rumores que rápidamente debieron ser cortados de raíz.
Algunos altos cargos no querían dejarlo participar. El motivo era claro: no estaba en condiciones, ni psíquicas, ni físicas.
Pero los grandes productores no vislumbraron ni por un segundo esa posibilidad: el gran personaje, el favorito del pueblo, el más amado, el reticente, el que había renunciado, ahora volvía, voluntariamente, se ofrecía a retornar al Torneo, al evento más visto de toda la historia, justo para la Gran Final. Estaba servido en bandeja. No podían rechazarlo. No lo hicieron.
En el segundo en que lo tuvieron en su poder, lo encerraron en una de las celdas infranqueables. No volvería a salir al exterior. Esa celda solo tenía una salida: el Gran Domo. La arena de combate más espectacular de toda la historia.
La Administración todo hizo lo posible por presentarlo de la mejor manera. Él se dejaba, como un niño al que le cambian los pañales. Le recortaron los cabellos. Lo vistieron con el legendario traje negro con tonos índigo en los costados; le colocaron su clásica máscara oscura que le cubría la mitad del rostro, dejando descubierto el mentón. El viejo logo del hombre en posición de vuelo con el cuerpo dividido en decenas de particiones volvía a ilustrarle el pecho.
Mi ilusión máxima era que gane el Torneo y que quede libre nuevamente. Esperaba verlo en su traje de nuevo, surcando los aires de la ciudad, realizando heroicas proezas. Recordaba aquella vez en que lo vi, a tan solo tres metros de mí. Las noticias de sus rescates en Rusia habían inundado las pantallas de nuestro imperio. El mito crecía. La leyenda ya era una realidad.
A mí me inspiraba tremendamente su bravura, su capacidad de sobreponerse a situaciones imposibles. Tenía todo mi cuarto empapelado de afiches con su imagen. Había vuelto de mi turno como guardia de seguridad, estaba cansado, y miraba por la ventana con la vista perdida. De pronto, una figura pasó a toda velocidad ante mí, para luego volver y quedarse suspendida un momento. Pude verlo claramente, en un segundo sin tiempo. Hasta podría asegurar que él volteó hacia mí y me miró. Luego esbozó una sonrisa alegre, se volvió, y voló a toda velocidad hacia el cielo. Más tarde ese día, las noticias mostraban las imágenes del violento ataque de la nave pirata del capitán contrabandista Kirk Vonegroot y como El Hombre Desintegrado detuvo la nave y evitó una colisión que hubiese sido una catástrofe de proporciones masivas.
La visión de mi recuerdo se desvaneció en un instante. Una tristeza me invadía, desde que lo vimos volver en tan deplorable estado. No era solo su cuerpo; su mente también estaba ida. No entendía aquel regreso. Había cambiado la dinámica de toda la situación. El equilibrio se había roto, pero ya no se podía volver atrás. El Torneo esperaba, estaba a solo veinte minutos.
Abandoné mi ridícula ilusión de volver a verlo en libertad. Ya no habrá tiempo. O tal vez lo haya, dependiendo de cómo se desarrolle la Gran Final. Solo uno sale con vida. Solo uno vivirá mañana. Y por la debilidad con que lo vimos en los últimos días, sería improbable volver a verlo surcando los cielos entre los edificios gigantes.
Cuando finalmente llegamos a la Celda Seis, me di cuenta de que venía divagando en mi mente durante todo el recorrido.
Me paré frente a la celda. Supongo que no tenía grandes expectativas. Tal vez por eso fue que lo que vi me sorprendió enormemente, y disparó emoción a mi corazón como una ráfaga de viento salvaje e indomable.
El traje, impecable. La figura, lista, a contraluz, aguardaba en el aire como un astro, una estrella ansiosa.
De repente, comenzó un ascenso, de espaldas. Flotaba, ligero como una pluma, lleno de gracia, lleno de poder. La negra capa ondeaba, flamante y radiante.
El ascenso cobró velocidad, y en un segundo se encontró volando en increíbles formas por toda la celda, como dando un espectáculo para nosotros. Parecía una abeja fuera de control, o acaso dominaba el vuelo como si lo viniese haciendo desde que nació. Finalmente se detuvo, en medio de la enorme celda, de frente a las ventanas de seguridad. Suspendido en el aire, dos rojos ojos fulguraron ante nosotros.
El Hombre Desintegrado estaba de vuelta.




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